Saray Evans POV.
¡Maldito sea el momento en que decidí que contarle a Gigi que Aaron no quería sexo en medio de la formación fue una buena idea! Refunfuño y continúo corriendo, no siento las piernas, me queman las pantorrillas y el talón de la bota me está masacrando el pie, seguramente quedaré destruida después de esto.
El sol está calentando fuerte sobre mi cabeza, si no fuera por la gorra militar ya estaría completamente derretida. A veces olvido porque demonios fue que decidí meterme en la milicia, es decir lo amo, pero cuando me encuentro con personas como Gabriel no quisiera hacer más que renunciar, o darle una patada en las bolas con la punta de acero de las botas, cualquiera de las dos opciones está bien por mí.
–¿Cuantas vueltas le faltan, capitán? – grita Gabriel vigilándome desde la sombra.
–Ocho, señor – respondo con fuerza, pero la verdad es que por dentro siento que ya no puedo ni con mi alma.
Soy una mujer atlética, la milicia me ha obligado a serlo, pero esto me supera, es más de lo que yo puedo soportar.
–¡Mueva el culo, capitán! No tengo todo el día.
Hijo de perra, como no es él quien está corriendo bajo el sol de la mañana, si no que está sentado en una banca viéndome destruirme mientras se toma una limonada.
Voy a cobrarme esto, no sé de qué forma, pero va a hacer que Gabriel Campbell pague por esta humillación, para nadie es un secreto que un castigo de este tipo es una degradación para alguien con mi rango.
Acelero el paso, no voy a darle el beneplácito de verme fallar, asi que esfuerzo mis músculos tanto como puedo, tanto que siento que voy a vomitarme, pero en realidad no me interesa, necesito terminar las cincuenta malditas vueltas. Además, porque sé que después de esto me espera una conversación con Aaron. Bueno, una conversación no, más bien una pelea.
–¿Cuantas vueltas, capitán? – pregunta.
–Faltan 1 señor.
–Agregue cinco.
Me detengo en seco cuando llego a donde él esta.
–Ya terminé las cincuenta vueltas de mi castigo – jadeo.
–No son suficientes, quiero verla hacer cinco más.
–No – niego con la cabeza y camino debajo del toldo para librarme del sol.
–¿Cómo dijo? – Gabriel se pone en pie y me mira como a una cucaracha.
–Que ya cumplí con mi castigo, hice cincuenta vueltas y ahora solicito permiso para retirarme – digo sin titubear, una cosa es que me castigue por algo que si hice y otra muy diferente es que se quiera aprovechar de su cargo, por mí, se puede ir al mismísimo infierno.
–¿Está desobedeciendo mis ordenes?
–No, yo ya obedecí, ahora me voy.
–Usted no va para ningún lado, Evans.
Chasqueo la lengua – ¿coronel, usted de verdad cree que yo voy a hacer lo que me pide únicamente por su rango? Le recuerdo que mi futuro esposo es el mayor del batallón, él no va a permitir que usted se aproveche de su puesto, tiene sus ojos sobre usted, asi que, por su bien, le recomiendo que me deje ir y que mantengamos la fiesta en paz.
Intento caminar, pero él me agarra del antebrazo y me lo impide, veo a un par de soldados que pasan a nuestro alrededor, pero ninguno de los dos dice nada, ni siquiera nos miran, Gabriel lleva aquí apenas unas horas y ya todo el mundo le tiene miedo.
–Dile a tu prometido, Saray, que se puede ir al infierno – él me tutea y yo me siento extraña, mi nombre en su boca suena como a una ofensa – mientras estes bajo mi cargo, tienes que hacer lo que yo digo, cuando yo lo digo, y por las razones que a mí se me den la gana – él me mira fijamente, sus ojos me atraviesan el alma y yo estoy a punto de desmayarme.
–Aaron me advirtió de ti – le devuelvo la jugada – me dijo que eres un maldito arrogante y resentido con la vida, y lo siento, pero no voy a convertirme en el chivo expiatorio, asi que ¡Suéltame! – levanto la voz y me sacudo para que me suelte el brazo.
–¿Aaron te contó porque lo detesto?
–Si – respondo.
Él sonríe de medio lado, un hoyuelo se forma en su mejilla y yo tengo que aguantarme para no chorrear la baba, los hoyuelos de Gabriel no son como los inocentes del resto del mundo, en él se ven como algo erótico y provocativo.
–Mientes – susurra.
–No estoy mintiendo.
Se acerca a mi y mis fosas nasales se inundan con el aroma de su perfume – si supieras la verdad, no estarías con él.
Frunzo el ceño, ¿Asi de malo es lo que pasó entre los dos?
–Entonces dímelo tu – lo reto.
–¿Y qué recibo a cambio? – levanta una ceja y se acerca más a mí.
–No sé qué quieres recibir, pero sí sé que te puedes evitar, y es una patada en las bolas. Evita meterte conmigo, Gabriel Campbell, no vas a venir a hablarme basura de Aaron ni mucho menos, asi que jódete y déjame la vida en paz – me alejo de él con la barbilla arriba y el ego intacto, que ni crea que me va a tratar como a una muñeca de trapo.
Doy un par de pasos lejos del coronel, pero en cuanto me enfrento nuevamente al sol siento que pierdo el equilibrio y mi cabeza comienza a dar vueltas, no sé en qué momento, o de qué forma, pero antes de poder sostenerme de algo, caigo encima del pasto del campo de artillería, veo borroso y todo a mi alrededor me da vueltas.
–¡Saray! – es la voz de Gabriel que me grita.
Él se acerca a mí y se agacha, me carga entre sus brazos y camina conmigo a no sé dónde, sus brazos me sostienen con fuerza y su aroma me invita a quedarme dormida.
–No cierres los ojos, Saray – me pide.
Atravesamos el campo de artillería y entonces él comienza a moverse a través de las habitaciones, seguramente me está llevando a la enfermería, es lo más normal. De un momento a otro miro a mi alrededor y me doy cuenta de que entramos en las torres de habitaciones masculinas.
–¿Qué estás haciendo? – balbuceo con la voz lenta y tonta.
Él me mira, frunce los labios, pero no dice nada.
–Soldado, acérquese – le grita a un chico.
–Si, señor – habla con formalidad.
–Saque las llaves que están en mi bolsillo y abra la puerta de la habitación.
Veo todo como en cámara lenta, no quiero dormirme porque es más fácil mantenerme estable si estoy despierta, pero el sonido de las llaves me acribilla la cabeza y la luz del día me hace sentir como una imbécil, no puedo coordinar mi cerebro con mi cuerpo.
La puerta se abre, Gabriel entra conmigo aun cargada y cierra detrás de él, me deja sobre la cama y se aleja. Cuando regresa trae consigo una cuchara con algo que no quiero saber que es.
–Abre la boca – lo dice como un orden.
Obedezco porque me siento muy mal como para llevarle la contraria.
–Esto te ayudará – vierte el contenido dentro de mi boca, sabe dulce, pero tambien a hierro, como a remedio – déjate esto en la cabeza – me pone un paño con agua fría en la frente – ahora puedes descansar.
¿Acaso me dio un somnífero? Mi cuerpo se siente pesado, ¿Qué es lo que me está pasando?
–Descansa Evans, yo voy a cuidarte, no te preocupes – susurra.
Lo último que veo antes de dormirme son sus ojos azules y su boca roja.