A la mañana siguiente, en el consejo, Artur se siente todavía descontento por la visita del consejero de Zenfanya, aunque saber del embarazo de su esposa lo tranquiliza un poco, lo que hizo el rey Luzio no tiene nombre. Su deseo de matar aún sigue latente y no se conformará hasta tener su sangre. ¿Cómo se atreve a pedirle que repudie a Keisha y acepte a Morgana luego de lo que le hizo? Su único anhelo es poder poner la cabeza de su suegro en una lanza y dejarla de decoración en la entrada al reino para que todos aquellos que osen desafiarlo, sepan a lo que se exponen. —No podemos declarar la guerra a Zenfanya, majestad. Si lo hacemos ahora corremos el riesgo de perder fuerza y hombres que más adelante nos harán falta —Opinan la mayoría de los consejeros. —Debemos mantener la calma. Lo que