—Es mío.
No sé como hice para que mi voz saliera segura, pero me alegraba porque por dentro mi pulso puso primera.
Vino una ráfaga de viento más fría que hizo que me tuviera que cruzar de brazos. ¿Por qué no había traído una maldita sudadera? Si seguía aquí parada iba a pegarme un resfriado y no quería estar llena de mocos en pleno verano.
No era bonito.
Él debió de darse cuenta, porque su mirada bajo hasta mi cuerpo. Sentí las mejillas ardiéndome. Menos mal que era de noche...
Y lo odié aún más.
Me había echado por la tarde. No tenía porqué darle ningún tipo de explicación.
Solo toma el móvil y vete.
—¿Qué estás haciendo aquí sola?—preguntó entonces. Todavía sostenía mi móvil en su mano izquierda, pero su pregunta me tomó desprevenida. La voz de Elliot me vino a la cabeza.
