—¡Te lo vas a disfrutar un montón!—dijo Anna mientras caminábamos a la casa que estaba a solo unos metros de nosotros.
Alterné la mirada entre ella, que ya llevaba unas cuantas botellas de más y el resto de las personas que también se encontraban en la misma sintonía que ella—o incluso peor—allí en el jardín delantero.
Cruzó su brazo con el mío y me pegué más a su cuerpo, que ya estaba comenzando a sudar porque está noche no corría demasiado aire; seguía haciendo calor y notaba el asfalto caliente bajo mis zapatillas.
—¿Segura que estás bien?—le pregunté con cautela.
Lo medito unos segundos y asintió lentamente.
—Estaré bien. Las rupturas son una mierda, pero no son el fin del mundo, ¿sabes? Hay que seguir. Y hoy seguiré—añadió después de un breve segundo de silencio:—Con varios l
