CAPÍTULO 4: Un cambio de vida

2228 Palabras
Marianela © Registrada en Safe Creative: 2104037402368 Para más historias visiten: www.anamarescritora.com Instagram: @anamarescritora HISTORIA GRATUITA HASTA EL FINAL *** Dos días después, el doctor Rafael entró a la Casa de los Cielos, vestido con un elegante traje de corte clásico, chaqueta y pantalón a juego, confeccionado con una tela de algodón fino y unos zapatos de cuero pulidos y bien cuidados. La elección de la vestimenta sorprendió tanto a su abuela como a Marianela, quiénes lo habían visto vestido de una forma más sencilla y que denotaba su poca importancia sobre lo que podían pensar de él. Sin embargo, para este evento, Rafael, se mandó hacer este conjunto, solo para poder agradarle a Marianela que, como toda mujer de su época, estaba llena de prejuicios tontos marcados por la sociedad; él no quería hacerle pasar un mal rato. Otra cosa que también sorprendió a Marianela, fue como el traje realzaba su figura y reflejaba el hombre sano y fuerte que era el doctor. Su difunto esposo, Genaro, también estaba sano, pero, la vida de militar le había pasado factura, y ya le comenzaba a fallar la rodilla, el hombro o algún m*****o de su cuerpo que le hacía quejarse del dolor. Marianela, solía cuidarlo por las noches cuando él regresaba al hogar, le untaba ungüentos y le daba medicinas que le aplacaban el dolor, pero no se lo quitaban por completo. En cambio, el doctor Rafael, parecía que no había sido tocado nunca por una bala o un enfrentamiento a mano armada, y por eso aún tenía consigo su juventud, a pesar de que ya estaba por rebasar los treinta años de edad. El doctor, a diferencia de Genaro, había librado otras batallas que también le habían dejado marca, sin embargo, estas no se podían ver a simple vista, ya que unas no se encontraban en la superficie y las otras las cubría la ropa; simplemente que Marianela aún no sabía eso. Por otro lado, para esta ocasión, Marianela se había quitado el luto, uno que había llevado muy poco tiempo y que podría ser motivo de habladurías; por eso su insistencia para casarse en secreto con el doctor, además de otras cosas. Para casarse escogió un vestido de faldas amplias, que caían hasta el suelo en una cascada de tela suave y fluida y de una cintura ceñida que realzaba su esbelta figura. El vestido era de color blanco perla, uno que pensó sería excelente para la ocasión, ya que seguía de luto y ya no llegaba al altar virgen. En el pelo, llevaba un velo que cubría su rostro y le permitía un poco de anonimato a la hora de estar frente al altar y decir el “sí acepto”, en la pequeña capilla que tenían dentro de la Casa de los Cielos. Una peineta también adornaba su cabeza, unos bonitos y amplios rizos sueltos caían sobre sus hombros enmarcando su rostro. Finalmente, como un toque de elegancia, Marianela llevaba en su cuello un elegante collar de perlas, regalado por su abuela, como significado de algo viejo, regalado y sobre todo elegante. También, Marianela llevaba colgando un medallón de plata pura, regalado por su antiguo esposo Genaro, dando el mensaje de que se casaba por necesidad más no por amor. Aun así, que la boda era apresurada y en otras palabras obligada, cuando el doctor Rafael la vio bajar las escaleras, vestida de novia, con ese elegante porte y mirada profunda, se emocionó y, aunque lo disimuló muy bien, tuvo oportunidad de esbozar una leve sonrisa. En cambio, Marianela, al ver que otro hombre la esperaba al pie de las escaleras y que no era Genaro, el hombre que ella amaba con locura, simplemente se limitó a saludar y a tomar la mano del que ahora sería su esposo. Juntos caminaron así hasta el altar. Sin ceremonias previas, sin tradiciones, sin nada de magia que envolviera el momento. Solo eran un hombre y una mujer que estaban a punto de cerrar un trato más y que este se liberaría hasta que uno de los dos muriera; Marianela rogó que fuese ella primero. Después de una hora y una misa. Marianela y el Doctor Rafael se casaron. El intercambio de votos fue simple, sin corazón ni palabras tiernas, solo los que el padre les pidió que repitieran. El brindis fue sustituido por una apresurada salida. Marianela subió a cambiarse de ropa y bajó unos treinta minutos después lista para partir. Rafael, también estaba listo y con un adiós tenue y frío, abuela y nieta se despidieron. Rafael tomó a Marianela de la mano para ayudarle a subir al carruaje y cuando ambos estuvieron listos, partieron de la ciudad para adentrarse en un viaje de ocho horas que los llevaría a la hacienda de los Dos volcanes, donde vivía el doctor. Cuando ya estaban entrados en el camino, y los hermosos paisajes naturales los envolvieron, alejándolos del ruido de a ciudad. Rafael se atrevió a hablar mientras su ahora esposa veía por la ventana. ⎯¿Estás cómoda? ⎯ le preguntó. Marianela dio un pequeño salto al escuchar la voz grave y gruesa de su marido, ya que había olvidado por completo que se encontraba con él. Su mente divagaba entre el hermoso cielo de la tarde y en anhelo de volver a ver a su Genaro y que le dijera que todo era un sueño. ⎯Sí, lo estoy ⎯ respondió Marianela en un hilo de voz. ⎯Aún faltan unas horas para llegar a la hacienda. El chofer se tuvo que desviar por otro camino, ya que hay un bloqueo por el principal. Si gustas, podemos parar en una posada y… ⎯…No ⎯ interrumpió Marianela de inmediato ⎯. Podemos continuar. ⎯¿Segura? ⎯ quiso reconfirmar el doctor. ⎯Sí, estoy bien, solo continuemos. Después, Marianela volvió a ver por la ventana, contando de tajo la poca conversación que había tenido con Rafael. Ella quería evitar por unas horas más el hecho de compartir el lecho con su nuevo marido y, aunque las caderas le dolían por el movimiento del caballo y la grava del camino, no quería detenerse. Ella, necesitaba más tiempo para pensar en cómo sería entregarse a otro hombre, que la tocara y besara, mientras su mente y corazón le pertenecían a su difunto marido. Ella pensó «que si tal vez cerraba los ojos y lo imaginaba a él, podría pasar la primera noche y las venían», porque sabía que el doctor la había comprado y que querría recibir su pago hasta que la deuda quedar saldada. Así pues, el camino continuó y cuando entraron a la hacienda de los Dos volcanes, la noche ya había caído. Las antorchas de la entrada apenas iluminaron la fachada de la entrada y los alrededores. Sin embargo, a Marianela no le importaba no poder ver dónde estaba, al fin de cuentas ella ya se sentía condenada. Cuando el carro se detuvo, el doctor la ayudó a bajar. Marianela con trabajos se levantó las enaguas y pudo ponerse de pie. Traía las piernas de dormidas y cansadas por el viaje, y estas a penas le habían respondido. Una mujer, de cabello trenzado, estatura media y de faltas largas y reboso atado al pecho, se acercó para darles la bienvenida. ⎯¡Qué gusto verlo de nuevo, doctorcito! ⎯ Le saludó ⎯. Pensábamos que llegaría hasta mañana. ⎯Hubo un cambio de planes, Nana ⎯ respondió el doctor con una sonrisa. Después volteó y ofreciéndole la mano a Marianela, le pidió que diera un paso hacia adelante⎯. Nana, ella es Marianela, mi esposa. La señora sonrió.⎯ ¡Se casó doctorcito!, ¡qué gusto! ⎯ Después le hizo una reverencia con la cabeza a Marianela⎯. Buenas noches, señora. Mi nombre es prudencia, soy la nana del doctor Rafael. ⎯Buenas noches ⎯ se limitó a contestar la mujer. ⎯Prudencia es mi mano derecha en la casa, todo lo que necesites hacer o saber ella te lo podrá decir con gusto. Marianela asintió con la cabeza. Al ver la puerta que llevaba al interior de la hacienda lo único que pensó es que había escogido un lugar muy alejado y sereno para morir de depresión. Así que no le importaba mucho lo que Prudencia podría decirle o lo que ella pudiese preguntar. ⎯Pasen, adelante.⎯ Los invitó Prudencia, y Rafael dejando pasar a Marianela primero, le pidió que siguiera a la mujer. Pasos atrás las siguió él. Atravesaron un pequeño patio que a duras penas Marianela vio. Después, entraron a la casa que se encontraba completamente iluminada por las velas, «demasiadas», pensó Marianela, pero las suficientes para poder cubrir el recibidor y la sala. ⎯Bienvenida, Marianela.⎯ Escuchó la voz de su marido ⎯. Esta es la casa grande, si sales por esa puerta podrás accesar al jardín y a la capilla. Hacia el norte se encuentran los cafetales y el resto del terreno. ⎯Gracias. ⎯Este es el recibidor.⎯ Comenzó a mostrarle la casa Rafael de forma directa y sin tiento⎯. Allá se accesa al comedor, y también a la cocina. Petra y Asu podrán cocinarte lo que desees.⎯ Rafael volteo y señaló una puerta⎯. Ese es mi estudio, puedes entrar cuando quieras. Aquella puerta es la biblioteca, nana, te pido que le digas a Jacinta o a Lupita que la aseen mañana y sacudan los libros. ⎯Claro que sí, doctorcito. ⎯No es necesario ⎯ habló al fin Marianela. ⎯En dos días llegará a la hacienda un piano.⎯ Ignoró Rafael su comentario ⎯. Tengo entendido que te gusta tocarlo y pensé que sería un bonito regalo de bodas. Al escuchar eso, Marianela esbozó una leve sonrisa. A pesar de que su esposo la había comprado se estaba encargando de hacer su estancia un poco más placentera, aunque ella lo único que quisiera fuese huir. ⎯Sígueme ⎯ le pidió Rafael, mientras subían por las amplias escaleras que se encontraba en medio de la habitación. Los dos subieron, él tomó su mano para ayudarla a subir y Marianela optó por tomarse del pasamanos para evitar el contacto con su esposo. El doctor bajó la mano y se dedicó a caminar por el corredor. ⎯Estas son las habitaciones principales. Del otro lado están las de los invitados. Al final del otro corredor hay un cuarto de costura, por si gustas utilizarlo, es tuyo, un espacio privado para ti además de tu habitación. Al decir esto, Rafael abrió la puerta de una amplia habitación, que enseguida cautivó a Marianela. Esta, a pesar de ser grande se sentía acogedora, y con una decoración en verdad elegante. La habitación que Rafael le había asignado a Marianela, era especialmente hermosa, con vistas a los jardines y una cama grande y cómoda, cubierta de un dosel de encaje blanco. Las cortinas de seda, dejaban pasar la luz suavemente, creando un ambiente íntimo y acogedor. Un tocador de madera tallada con un espejo ovalado y un escritorio de estilo antiguo completaban los detalles de la habitación. ⎯Esta será tu habitación ⎯ habló Rafael, sorprendiendo a Marianela⎯. El baño es por esa puerta, por si gustas asearte antes de cenar. ⎯Espere, ¿no compartiré habitación con usted? ⎯ inquirió Marianela. Mientras jugaba con el anillo de su dedo. El doctor negó con la cabeza.⎯ No, Marianela. No compartiremos la habitación. Solo lo haremos si tú deseas hacerlo y nada más. No voy a obligarte a dormir conmigo simplemente porque es lo que se dice. Mi habitación está detrás de la otra puerta del baño, lo compartiremos. Si necesitas algo, puedes entrar por ahí o tocar en la puerta del corredor. Marianela se quedó en silencio, no tenía idea de qué decir o hacer. Al parecer el doctor no la deseaba o simplemente la había comprado para tenerla como exhibición y presumir que se había casado con una señorita elegante de ciudad. El doctor le dio unas instrucciones a Prudencia, y caminó hacia la puerta, pero, antes de salir, se detuvo. ⎯Eres libre de andar por toda la casa, Marianela, a desayunar y comer a tus tiempos y horas. Puedes salir y recorrer los jardines, pasear por los cafetales o encerrarte en tu habitación el resto del día. Sin embargo, lo único que voy a pedirte es que bajes a cenar conmigo. ⎯¿Es todo? ⎯ inquirió la mujer. ⎯Es todo. Lo demás, podrás hacer lo que desees. Es tu casa, al final de cuentas.⎯ El doctor dio un leve suspiro⎯. Espero que pases buenas noches, Marianela. Prudencia se quedará al pendiente de ti por si gustas que te suba algo de cenar o el agua para que te des un baño. Así, después de mencionar eso, el doctor salió por la puerta de la habitación, dejando sola a Marianela y a Prudencia, que esperaba instrucciones. Marianela necesitaba tiempo para poder sobrellevar todo esto que le estaba pasando. Se sentía usada, cansada, dolida pero sobre todo, sucia. Ella había pasado de ser una joya de mujer a solo una joya que el doctor podía presumir. ⎯¿Gusta que le suba agua, señora? ⎯ preguntó Prudencia. ⎯Sí, por favor ⎯ respondió con educación, Marianela. Prudencia salió del lugar, ahora sí, dejándola completamente sola. Cuando la puerta de la habitación se cerró. Marianela se deshizo en llanto. Estaba tan lejos de todo lo que conocía, en un lugar que no era para ella y ahora, estaba condenada a vivir infeliz el resto de sus días.
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