Genaro, el hombre cuya vida había estado marcada por la ambición y la traición, ahora se encontraba en una celda oscura y húmeda, pagando el precio de sus acciones. Las paredes de piedra de la prisión eran frías, y el aire estaba impregnado del olor acre de la humedad y el moho. Las sombras danzaban a la luz tenue de una vela solitaria, proyectando figuras inquietantes en el suelo de la celda. Sus días eran monótonos, marcados por el silencio y la soledad. Los guardias, aunque no siempre hostiles, le ofrecían poco consuelo. Cada noche, el ruido de las ratas rasgando en la oscuridad le recordaba lo bajo que había caído. Genaro reflexionaba sobre su vida, sobre las decisiones que lo habían llevado a este punto. Había jugado con fuego, y ahora estaba quemado. La traición a Marianela, los neg
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