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1407 Palabras
Martina despertó a las seis de la mañana. En Italia ya debían ser las diez, el horario en el que usualmente se levantaba. Suspiró y se estiró en la cama, le dolía el cuello y la cintura, se notaba que ese colchón ya tenía bastantes años y un tiempo sin ser usado. Se dirigió a la cocina para desayunar. Nina y Esteban ya estaban levantados, preparándose para ir a la empresa, mientras intentaban no hacer ruido. Aunque él hizo una mueca de disculpas cuando la vio. —¿Te despertamos? —le preguntó. La rubia negó con la cabeza y esbozó una pequeña sonrisa para tranquilizar a aquel hombre. —No, no, tengo jet lag. Siento que mi cuerpo todavía tiene los horarios de Italia —respondió. Le hicieron un gesto para que se siente y al instante tenía una taza rosada llena de café frente a ella, además de veinte mil cosas llenas de harina para comer. —Perdón, a la mañana no como nada. Hago ayuno intermitente, pero el café sí lo voy a tomar —expresó. —¿Ayuno intermitente? —interrogó Nina agarrando una medialuna—. Creo que voy a tener que hacer eso, dos embarazos y la vejez me hicieron engordar —agregó. Su marido rodó los ojos y murmuró algo en su oído que la hizo sonrojar. Martina ocultó una sonrisa, aunque inmediatamente se sintió triste y bajó la mirada. Estaba claro que ellos seguían amándose como la primera vez, mientras que sus padres últimamente peleaban más de lo que podía aguantar. Debía admitir que ese desfile era solo una buena excusa para alejarse de ellos por un tiempo. —¿Querés venir a la empresa? —cuestionó Esteban de repente, llamando su atención. —Es buena idea que lo acompañes, yo no voy porque tengo que hacer unos trámites —expresó su mujer—. Estoy segura de que Javier va a mostrarte todo con lujo de detalles, le encanta recorrer el lugar. Creo que cada vez que aparece alguien nuevo actúa como si fuera un guía de museo. —Sí, me gustaría —replicó la interpelada sin dudar. Había olvidado por completo a aquel chico, quien anoche prácticamente la comió con la mirada y luego se escapó sin siquiera saludar. Quería saber si tenía algo contra ella, ya que se notaba que no le caía muy bien. Tras una breve charla trivial, Martina se vistió y se dirigió al auto de Esteban, que ya estaba esperándola. Quince minutos después, llegaron al edificio. El hombre de seguridad le hizo llenar algunos datos y luego subieron hasta la oficina. El joven todavía no había llegado y Esteban bufó negando con la cabeza de manera desaprobadora. —Es normal en él llegar veinte minutos tarde —expresó. Martina sonrió con dulzura y el hombre le hizo un ademán para que se sentara en una silla, cosa que ella hizo—. Te dejo un momento, voy a ver que esté todo en orden en mi oficina. Dicho esto, el dueño de la empresa se fue, dejándola a solas. Martina suspiró y tiró su cabello largo hacia atrás con impaciencia, ni siquiera sabía lo que estaba haciendo en ese lugar. Al mediodía tenía una prueba de vestuario y debería estar preparándose para eso, pero solo quería ver los ojos verdes de Javier y descubrir porqué no la quería. El joven entró al lugar, saludó al de seguridad, quien le dijo que su padre ya había llegado, y subió las escaleras hasta su oficina. Era bastante deportista, así que prefería gastar calorías en vez de usar el ascensor, aunque debía admitir que a veces no tenía ganas de hacer ejercicio y subía por el medio rápido. Primero se dirigió al despacho de Esteban para saludarlo, pero este ya estaba metido en una reunión, así que bufó mientras se encaminaba hacia la máquina de café. Se sirvió un poco de dicha bebida y fue hasta su oficina, donde entró de manera muy distraída. Dejó su taza sobre el escritorio, se sacó la chaqueta, arremangó su camisa y se sentó en su cómoda silla. La rubia lo miraba con diversión, acostada en el sillón que estaba detrás de Javier. Estaba demasiado concentrado en el café, mirando a la nada y balanceándose sobre las ruedas de la silla con lentitud. Martina esbozó una sonrisa traviesa mientras se ponía de pie sin hacer ruido y se acercó hasta la espalda de su acompañante. —¡Bu! —exclamó por detrás, provocando que el muchacho salte en el lugar y se tirara todo el café encima. Enseguida se levantó y se sacó la camisa con velocidad mientras intentaba limpiarse con la parte seca. —¡Me quemé por tu culpa! —le gritó a la mujer que tenía enfrente. La modelo apretó sus labios pintados de rosa para contener la risa. Se notaba que Javier estaba realmente furioso, pero ella solo quería estallar a carcajadas—. ¿Qué hacés acá? —Vine con tu papá —replicó encogiéndose de hombros. Buscó unas servilletas de papel en su cartera y se acercó para ayudarlo, aunque en realidad solo era una excusa para admirar su abdomen bien trabajado desde cerca. Cada vez pensaba más en que ese hombre debería ser modelo en vez de perfumista. La piel de su pecho estaba roja y se dio cuenta de que se había quemado de verdad—. Perdón —murmuró al final, poniéndose seria, mientras notaba la tensión de él ante la cercanía. Tenía la mandíbula apretada, al igual que sus puños, y sus ojos estaban bastante oscuros. La mirada de él se suavizó ante el pedido de disculpas y relajó su cuerpo. —Supongo que tengo que empezar a ser un poco más atento —dijo con sequedad, alejándose de Martina. Estaba demasiado cerca, ella emanaba demasiado calor y el cuerpo de Javier estaba comenzando a reaccionar de una manera impresionante, sobre todo cuando empezó a limpiarlo con el papel de manera suave. ¿Qué demonios tenía que lo provocaba de esa manera?—. Ni siquiera te vi, pero estoy acostumbrado a estar solo. —La verdad que sí deberías prestar más atención, podría haber sido una asesina —replicó curvando sus labios rosados. El muchacho la observó con rapidez, tenía puestas unas botas de cuero, un jean bastante azul de tiro alto y una camisa que le llegaba hasta el ombligo, y llegó a sus ojos avellana. Podría matar a cualquier hombre que se le cruzara con apenas su mirada. —Creo que ya lo sos, casi me matás —expresó él con doble sentido, aunque se arrepintió al instante e intentó arreglar la situación—. Me refiero a que casi me matás de un infarto con el susto que me diste. Se produjo un silencio bastante tenso, sin dejar de mirarse y ella se aclaró la voz. —Ya vengo —soltó antes de salir corriendo.   Pareciera que estaba haciéndose costumbre entre ellos alejarse de esa manera, sin siquiera despedirse. En el momento en que Javier quedó solo, suspiró de alivio. Tenía que verse duro ante esa mujer, no podía darle permiso a su cuerpo para ceder ante su mirada acaramelada y labios traviesos. ¡Apenas la conocía! —Bueno, en realidad, hace años la conozco, solo que ahora la veo mayor y en persona —murmuró para sí mismo. Un toque en la puerta llamó su atención y se colocó el saco antes de abrir. Su padre entró y lo miró con el ceño fruncido, dándose cuenta de que no tenía camisa puesta. —¿Qué pasó? ¿Dónde está Martina? —inquirió mirando a su alrededor. Javier puso los ojos en blanco. —Esa mujer es el demonio —comentó chasqueando la lengua—. Me asustó, hizo que se me cayera el café hirviendo en la ropa… Y ahora no sé a dónde se fue. Esteban soltó una carcajada y negó con la cabeza de manera incrédula. —Vamos a mi oficina, te voy a prestar una camisa que tengo guardada para este tipo de problemas. Deberías empezar a hacer lo mismo —le dijo. Javier hizo un asentimiento y siguió a su papá sin dejar de pensar. Necesitaba una distracción de manera urgente, así que esa noche iba a salir sin dudas. Solo esperaba que eso lo alejara de la modelo que ya se le estaba pegando como chicle en el zapato. 
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