Ignacio, el mejor amigo de Javier desde la escuela, llegó a su casa a las ocho de la noche. Ya estaba bastante preparado para una buena fiesta, con una mochila cargada de alcohol y preservativos, aunque con su suerte seguro no iba a usarlos, pero los traía más que nada para su amigo, que él sí tenía una fila de mujeres detrás esperando para ser “la elegida”.
—Hola, Nacho —lo saludó Javier en cuanto abrió la puerta. Se chocaron el puño y luego se dieron un rápido abrazo.
—¿Sabés que va a ir Federico? —interrogó Ignacio rascando su mandíbula decorada por una barba incipiente. Su acompañante asintió y rodó los ojos.
—La verdad es que cuando me enteré se me fueron las ganas de ir, pero después pensé, ¿vale la pena perderse una buena fiesta por un tipo que seguro se va a los diez minutos? —contestó el ojiverde dirigiéndose a la cocina mientras era seguido por su amigo. Ambos se dedicaron a guardar las bebidas en un pequeño congelador.
—¿Cómo quedaron las cosas con él la última vez? —quiso saber Ignacio, que abrió una cerveza y tomó un trago del pico.
—¿Cómo creés que quedaron? Está claro que es un idiota. Tiene un auto más potente, vive ganándome y se burla de eso. Pero estoy pensando en hacer unos buenos cambios y el día que le gane… ese día va a cambiar todo —replicó Javier con aspecto pensativo.
Federico era todo lo contrario a él. Era un hombre engreído, mujeriego, igual de millonario, con un séquito de supuestos amigos y mujeres, producto de su fama en las carreras callejeras. Debía admitir que era un buen piloto y en eso lo superaba, pero solo porque tenía un buen auto y una buena técnica. Tenía la esperanza de algún día poder ganarle.
Su rivalidad comenzó cuando, sin querer, Javier chocó su auto en una curva. Por supuesto que era parte del juego, pero Federico salió del coche y lo golpeó hasta fracturar su nariz. Todo por un vidrio roto y un par de rayones.
Ese día se declararon la guerra y se veía cada vez que tenían que competir. Usualmente se cruzaban en carreras callejeras, pero a veces se veían en el autódromo y ahí, para no hacer escándalo frente al público, solo se dedicaban miradas amenazantes.
Federico siempre ganaba y Javier lo seguía en segundo puesto, cosa que odiaba con todo su ser, pero tenía la fe de que tarde o temprano iba a superarlo.
—¿Vas a cortarle los frenos? —preguntó Ignacio con tono divertido interrumpiendo los pensamientos de su amigo, el cual soltó una carcajada.
—¡Ojalá me animara a tanto! —exclamó robando la botella de cerveza.
—Dicen que a la fiesta va a ir un grupo de modelitos que están para comerse los dedos…
—¿Modelos? —cuestionó Javier con duda y tragó saliva con fuerza. Con la aparición de su amigo había olvidado por un momento a Martina, quien no paró de rondar por su cabeza en todo el día.
A la mañana, cuando salió del despacho de su padre luego de una reunión de dos horas, volvió a su oficina y se encontró con una bolsa y un vaso grande de café junto a una nota que decía “Perdón” con una letra muy femenina.
La bolsa contenía una camisa, y aunque el café ya estaba frío, lo tomó igual. No pudo evitar sonreír. Le había ido a comprar una prenda nueva para reparar lo que había hecho. Al final, era él quién iba a tener que agradecerle y pedir perdón por ser tan idiota.
—¿Estás bien? —volvió a preguntar Nacho. Sus ojos marrones miraban el rostro casi pálido de su compañero.
—Sí, sí. —Forzó una sonrisa y palmeó la espalda del joven—. Vamos a romperla, amigo.
En la casa de sus padres, Martina estaba intentando convencer a Inés para que fuera a la fiesta con ella. No conocía a nadie y estaba segura de que iba a sentirse incómoda, así que quería ir acompañada.
—¿Hoy? ¿Un jueves? ¿Cómo voy a ir a una fiesta un día de semana? —preguntó la chica acomodando sus lentes de estudio. Martina bufó y se cruzó de brazos.
—Para los jóvenes no importa si es día de semana o no, Inés. Además, ¿te vas a quedar estudiando?
—Sí, estoy a punto de terminar mi carrera, no puedo distraerme. Andá sola, seguro vas a hacer un montón de amigas nuevas, conocer a algún chico… no sé, yo voy a estar ahí de más —contestó Inés.
La modelo pensó en otra opción para convencerla, hablar con sus padres. Así que salió de la habitación y fue hasta la cocina para comentarle la situación a la pareja que se encontraba discutiendo en voz baja algunas cosas de la empresa.
—Inés no sale nunca, ¿no? —quiso saber, llamando la atención de ambos. Negaron con la cabeza.
—Ella es todo lo contrario a su hermano, solo sale para ir a la universidad, a la biblioteca y a los grupos de estudio —expresó Nina—. ¿Por qué?
—Es que tengo una fiesta, invitaron a varias modelos, pero no conozco a nadie y no quiero ir sola —respondió con un suspiro exagerado y dramático. Esteban esbozó una media sonrisa y se puso de pie.
—Voy a hablar con ella, le va a hacer bien salir —comentó. Dejó a las dos mujeres solas y Martina se sentó a esperar que el padre la convenza.
—Hoy hablé con tu mamá —dijo Nina—. Te extrañan mucho, pero están contentos de que estés acá, como nosotros. Seguro que van a venir a verte al desfile.
—Sí, me dijeron que iban a venir, pero lo dudo —contestó ella haciendo una mueca de incredulidad.
Esteban apareció cinco minutos más tarde seguido de su hija, que venía arrastrando los pies y con mala cara. La italiana se puso de pie de un salto con una sonrisa de oreja a oreja. ¡La había convencido!
—Te voy a preparar y te voy a dejar divina, te lo prometo —le dijo a Inés. La interpelada puso los ojos en blanco y se dejó arrastrar hasta la ex habitación de su hermano, que ahora tenía perfume a mujer.
Estuvieron preparándose durante una hora, entre maquillaje y elección de vestuario. Inés tenía muchísimas ganas de quedarse en la cama estudiando o mirando una serie, hasta estaba pensando en hacer de cuenta que se desmayaba, pero no le quedó opción, su padre le había insistido en que debía acompañarla ya que Martina aún no conocía la ciudad.
Cuando llegaron al lugar de la fiesta, estaba que explotaba de gente.
—¡Martu! —gritó un grupo de chicas. Inés notó que no encajaba en ese grupo ni a la fuerza, eran todas muy lindas, con cuerpazos, y ella… bueno, no tenía malos genes, pero sí mala autoestima. De todos modos, decidió dejar de ser una cobarde e intentar hacer nuevos amigos, así que siguió a la interpelada y se presentó ante las modelos.
Javier e Ignacio ya estaban dentro, justo al lado de la barra. Miraban a las mujeres que iban entrando y al millonario se le encogía el estómago cada vez que veía a una rubia y luego suspiraba de alivio al ver que no era quien imaginaba, aunque por dentro sí tenía muchas ganas de verla.
—¿Esa no es tu hermana? —interrogó Nacho de repente, con el ceño fruncido.
Señaló a una chica que acababa de entrar y Javier abrió los ojos de par en par al verificar que sí se trataba de ella. ¿Qué hacía ahí? No era de asistir a este tipo de eventos, a no ser que se trataran de la empresa de sus padres. Al ver a la mujer que la acompañaba entendía todo, Martina la sostenía del brazo para que no se le perdiera.
La rubia sintió escalofríos, estaba segura de que alguien la estaba mirando con bastante intensidad, así que recorrió el lugar con su vista hasta dar con un par de ojos verdes.
—Tenemos un problema —le dijo a Inés—. Tu hermano está allá y me está mirando como si quisiera matarme… —O comerme, pensó.
—¡Ay, no! —exclamó la joven buscando a su hermano, este ya estaba dirigiéndose a ellas con la mandíbula apretada—. Ya viene, seguro me va a dar un sermón.
—No te preocupes, yo te cubro —contestó Martina.
Esperó a Javier con su mujer sonrisa, aunque cuando lo tuvo a centímetros él estaba tan serio que parecía que tenía sangre de hielo. La agarró del brazo y la llevó hasta el rincón más cercano.
—¿Por qué la trajiste? —le preguntó con tono irritado.
La rubia no podía concentrarse en una respuesta concreta, sentía la dureza del cuerpo del muchacho contra el suyo, traspasándole calor. Su mano aún envolvía su muñeca y sentía que estaba ardiendo. No pudo evitar relamerse los labios al ver los de Javier tan de cerca, rellenos, de un rojo pálido y bastante atrayentes. Resopló e intentó volver a enfocarse en la situación, debía defender a la pobre chica, no pensar en besar a este tipo tan malhumorado.
—Tu papá se lo pidió, y yo también, porque soy nueva en la ciudad no conozco a nadie, quería que me acompañara —replicó lo más calmada posible. El semblante de Javier seguía igual de duro—. ¿Qué? Tu hermana ya es grande, sabe lo que hace, deberías dejar de controlarle la vida.
Se notaba demasiado que Javier sobreprotegía a Inés, y lo entendía, pero a Martina le parecía exagerado. Ella esbozó una sonrisa burlona al ver que él se tensaba al escuchar hablarle de su hermana.
—¿Me vas a dar clases de cómo cuidar a Inés? —cuestionó con voz ronca.
—No, te voy a dar clases de cómo cuidar a una mujer —contestó la muchacha manteniendo su sonrisa—. Primera lección, dejar que sea libre.
Dicho esto, le dio un pequeño empujón para alejarlo y volvió triunfante a su grupo, las chicas no entendían nada de lo que estaba pasando.
Inés observó a su hermano desde lejos, estaba bastante perplejo, con la boca abierta y el ceño fruncido. Solo lo veía así cada vez que perdía, así que imaginó que Martina había ganado la conversación. Se acercó a ella con lentitud y sintió un poco de miedo al imaginar que podía hacerle un sermón delante de todo el mundo.
—En casa vamos a hablar —murmuró en su oído, y luego esbozó una pequeña sonrisa—. Por ahora, espero que la pases bien. Cualquier cosa, estoy en la barra.
Y se alejó. La chica quedó muda, ¿qué había sido eso? ¿Qué le había dicho la modelo para que se comportara de ese modo? ¿Su hermano se estaba ablandando?
Tenía muchas preguntas sin respuesta, por ahora…