Todos trataban de contener la risa mientras veían a Martina chuparse los dedos comiendo el pollo con la mano. Tenía tanta hambre, que estaba dejando sus modales de lado, ni siquiera se daba cuenta de las miradas divertida de los que la rodeaban, solo estaba centrada en su plato de comida.
En cambio, Javier no paraba de revolver los fideos y todavía no había ingerido ni un solo bocado. Tenía el estómago lleno de tanta agua y pastillas que tomaba para no tener dolor, y tener enfrente a la mujer de su vida y no poder siquiera tocarla lo ponía aún peor.
Lo que ella le había dicho hacía un par de horas era totalmente cierto. En menos de una semana había perdido su sueño de ser piloto profesional y a su mujer, y ambas pérdidas tenían algo en común: su miedo. Se había quedado con miedo de cor
