Javier no veía la hora de que se hiciera lo suficientemente tarde como para poner la excusa de estar cansado e irse a la cama, aunque lo que menos quería hacer era dormir. Sabía que esa noche tenía que acostarse sí o sí con Martina porque no aguantaba más y ese beso lo había dejado atontado y a punto de explotar. Además de ser preciosa, su perfume también combinaba con su sabor, su boca era tan dulce como la miel, podría estar saboreándola todo el día y no se cansaría. Se sentó frente a ella y no le sacó los ojos de encima hasta que su hermana lo interrumpió. —Javi, la vas a ojear —murmuró con tono divertido. El interpelado se sonrojó y miró a Inés de manera interesada. —¿Y a vos quién te dijo que estoy viendo a Martina? —le preguntó arqueando una ceja. —Es obvio —contestó la chica