Esteban gruñó y golpeó la puerta a más no poder mientras esperaba a que el cerrajero llegara. Su hijo los había dejado encerrados en su casa, con el comisario, con el único fin de que no llegaran al autódromo. Habían probado romper la cerradura con cualquier cosa, con un martillo, con pinzas, metieron hebillas, incluso el policía le metió un balazo, pero la puerta era blindada y de extrema seguridad. —Javier es un idiota —masculló—. Íbamos a rescatar a su mujer, y el tonto nos deja encerrados… Piensa que él solo va a poder contra ellos. —Quédese tranquilo, señor Márquez, nuestro mejor equipo está allá —pronunció el oficial, tratando de calmar a Esteban. Se lo notaba fuera de sí, completamente desesperado. Ni siquiera su mujer lo había visto así en su vida. Media hora después, cuando