Martina sintió que la seguían y apuró el paso. —¡Martina! —la llamó Inés. Como era ella, dio media vuelta y la miró. La pobre chica se dobló con las manos en su cintura para recuperar el aliento—. Tomá, mi papá te da las llaves del auto. —No, no puedo aceptarlo… —Dale, andá a nuestra casa y quedate tranquila. —Se acercó para darle las llaves y darle un abrazo—. No sé qué le diste a mi hermano, pero le cambió la cara por completo. La rubia le mostró su mano desnuda y su cuñada hizo una mueca de pena al ver que sus labios temblaban. Era obvio que se estaba conteniendo las lágrimas. —No te preocupes —murmuró dándole otro abrazo—. Está perfecto, te apoyo completamente. Se saludaron y Martina subió al auto de su suegro para dirigirse a la cabaña. Tenía los ojos nublados y el nudo en