Un mes después Javier no paraba de hacer garabatos en su libreta. Estaba en su oficina, aburrido, con calor, con pocas ganas de vivir y con tanto sueño que sentía que en cualquier momento caía sobre el escritorio, y tenía miedo de que se le clavara el lápiz en el ojo. Se levantó y fue a buscar una nueva taza de café, ya había molestado bastante a su secretaría y, además, quería tomar algo de aire. El tour por la empresa duró menos de cinco minutos, prefería estar encerrado en su despacho antes que aguantar los bullicios de los empleados, los cuales le hacían doler la cabeza. —Señor Márquez, un abogado lo quiere ver —dijo su secretaria en cuanto lo vio volver. Javier arqueó las cejas—. Lo espera en su oficina, no me dijo el motivo. —Está bien, muchas gracias… El muchacho entró y se
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