POV. AZRAEL.
Salimos de la oficina sin decir mucho, el silencio es más pesado que el aire de la ciudad a mediodía. Mis manos están metidas en los bolsillos, como si eso fuera a contener la ira que aún me recorre las venas después de la escena que le hice a Oliver. Sí, me comporté como un imbécil, lo sé. Y no me enorgullece. Pero verlo reír con ella, escuchar esa carcajada suya, tan suelta, tan cómoda, como si tuviera derecho, me sacó de mis casillas. Porque yo no tengo eso con Prisca. Yo solo tengo sus respuestas afiladas, sus sarcasmos que cortan como cuchillas.
Y lo peor, lo que me envenena, es que ella se lo permite. Conmigo levanta muros, con él sonríe como si nada. ¿Qué carajos tiene Oliver que no tenga yo? Nada. Y, sin embargo, ahí estaba, riendo con ella.
Me digo a mí mismo que e
