CAPÍTULO 1.
Las paredes de vidrio del despacho me hacen sentir expuesta. Es irónico, considerando que soy parte de una de las familias más peligrosas de Chicago. Pero esta parte del emporio Martinelli está limpia. Al menos, eso me repito cada mañana. Aquí no hay armas escondidas ni maletines con efectivo sucio. Solo contratos, inversiones, reuniones con empresarios de corbata, y un montón de correos que nunca dejan de llegar.
Trabajo legal. Tan legal como puede ser bajo el apellido que cargo.
—¿Señorita Martinelli?
La voz de Penny, la asistente de piso, suena nerviosa. Siempre lo está cuando se trata de mí. No porque yo sea intimidante. «Aunque no me moleste que lo crean». Si no porque sabe exactamente quién es mi hermano, soy la hermana del CEO y aunque yo también tengo un porcentaje de participación en la empresa es Gedeón quien maneja todo; sin embargo, no podía quedarme mano sobre mano esperando que mi hermano mayor manejara muestra herencia y me vieran como una simple niña mimada. No, soy más que eso.
—Dime —respondo, sin levantar la vista de la planificación de inversiones a largo plazo que estoy terminando para Gedeón, la cual debo presentarle en un par de días.
—Azrael está aquí. Dice que necesita discutir unas modificaciones en las proyecciones de ingresos en función del precio internacional del oro. ¿Quiere que lo haga pasar?
Azrael.
Su nombre es una maldita daga bajo la piel. Siento cómo mi estómago se contrae, como si mis órganos reconocieran antes que mi cerebro lo que su presencia me provoca.
—Claro, hazlo pasar.
No tengo tiempo para recomponerme. Ni siquiera para respirar hondo. Apenas cierro el archivo digital cuando la puerta se abre y lo veo entrar. Traje oscuro, sin corbata. Como si el control absoluto que irradia necesitará espacio para moverse. Su mirada es una línea recta, directa a la mía, sin cortes y sin disimulo.
Azrael no juega. Él nunca ha jugado.
—Prisca —dice, como si mi nombre fuese un secreto que se permite pronunciar solo él.
—¿Qué necesitas? —preguntó, manteniendo el tono profesional que tanto me esfuerzo por perfeccionar.
Él cierra la puerta tras de sí. Nada nuevo. Azrael no tiene conversaciones en público. Lo que se discute con él, se discute a puertas cerradas. Incluso sí se trata de algo tan sencillo como unas proyecciones sobre oro. Claro que, con Azrael, nada es sencillo.
—Estuve leyendo el informe sobre las proyecciones que me entregaste y considero que la inversión para los estudios geológicos, geoquímicos y geofísicos preliminares es muy alta —responde, extendiendo una carpeta de cuero n***o que parece más propia de una operación encubierta que de una simple proyección.
La tomo. Lo hago sin mirarlo, aunque siento su presencia como una presión detrás del esternón. Demasiado cerca.
Demasiado todo.
—Esto ya lo revisamos el martes y estuviste de acuerdo —digo, hojeando por inercia—. ¿Qué cambió?
—Dudo que a Gedeón le parezca pagar más de doscientos millones para el estudio de una extensión de tierra que puede ser una pérdida.
—Solo tomé en cuenta los costos del estudio del suelo, cubriendo cualquier imprevisto. Se supone que la extensión tiene alta probabilidad de conservar oro. Además, las maquinarias no son baratas y eso lo sabes mejor que nadie. Pero está perfecto, puedo echarle un vistazo y cerciorarme de que la inversión es justificada —respondo. Pero nada en mí es perfecto ahora. Porque Azrael está tan cerca que puedo olerlo. Ese aroma suyo, entre cuero, pólvora y algo más... algo que siempre me hace sentir como si caminara sobre fuego.
Él no dice nada. Solo espera. No es su estilo hablar más de lo necesario. Y es justo eso lo que lo vuelve tan peligroso. No necesita intimidar para ser temido.
—¿Algo más? —preguntó, dejando la carpeta a un lado.
—Sí —dice con voz baja, esa que usa cuando está a punto de cruzar líneas—. Necesito que vengas esta noche a revisar las nuevas proyecciones en las que estás trabajando, pero quiero hacerlo personalmente. A las nueve.
—¿A las nueve? —repito, alzando una ceja—. ¿Después del horario laboral?
—Tengo que hacer algo con tu hermano antes. Además, el trabajo no entiende de horarios, Prisca. Y menos el tuyo, si decides tomar responsabilidades dentro del negocio familiar.
Trago saliva. La forma en que pronuncia “familiar” me da ganas de responderle que esto no es lo que quería. Que si trabajo aquí en parte es para limpiar un poco la sangre del apellido Martinelli, no para terminar bajo el mando de él. La mano derecha y primero al mando de mi hermano, que es el jefe de una organización criminal que maneja la ciudad con el dedo índice.
Pero no digo nada. No quiero darle poder sobre mis emociones. Ya lo hice una vez esa tarde cuando me beso en medio de una discusión de trabajo. Ese desliz me costó que Vivian, la novia de mi hermano, se diera cuenta de la atracción que siento por este idiota.
No puede volver a suceder.
Me aclaro la garganta.
—Estaré allí —respondo, seca.
Él asiente una vez. Un gesto mínimo. Pero sus ojos no se mueven de los míos. Y entonces se va sin mirar atrás.
Desde que regresé he luchado con esa atracción hacia Azrael. Solo una vez me dejé tentar con un beso. Uno que despertó en mí una maraña de sensaciones que no pensé que alguien me hiciera sentir, menos alguien tan serio y pardo como Azrael. Desde ese día he mantenido una distancia prudencial y profesional. Azrael está vetado para mí. Lo último que deseo es hundirme más en la vida oscura de mi familia. Amo a mi familia, pero su forma de vida es como una opresión que he sentido desde que tengo memoria. Por eso no entiendo cómo es que Vivian se ha acoplado bien al estilo de vida de mi hermano. Pero también veo cómo mi hermano ama y la protege al igual que a Ella, pero no ha sido fácil para ellos reponerse. De hecho, ambos estuvieron un tiempo separados hasta que hace un mes y medio aproximadamente retomaron la relación y lo agradezco porque mi hermano parecía un lobo herido y un perfecto imbécil. Pero me alegra que, a pesar de todo, el padre de Vivian ha entendido que su amor por su hija está por encima de su trabajo y, aunque aún no acepta a Gedeón del todo, él les ha respetado. Ellos son felices y en ocasiones me pregunto si será posible...
Alejo esos pensamientos y me concentro en mi trabajo.
Son las nueve con cinco cuando llego a la oficina de Azrael.
La oficina está desierta. Luces tenues, el murmullo de las computadoras apagadas, el silencio espeso de las noches de trabajo que ya se extinguieron. Solo una puerta queda abierta al fondo, y desde ahí emana una luz suave. Camino hacia ella con el pulso en los oídos.
Está ahí. Sentado detrás de un escritorio con una copa de bourbon, lleva la camisa negra arremangada hasta los antebrazos, dejando a la vista la tinta en ellos. ¡Dios! «Detesto que me parezca atractivo». Miro alrededor y no hay un papel a la vista. Ni una proyección. Nada que justifique nuestra presencia en ese lugar a esa hora.
—¿Esto es parte del nuevo método de revisión? —preguntó, dejando mis documentos y portátil sobre su escritorio.
—Algo así —dice, antes de beber lentamente de la copa.
Me siento en la silla al otro lado del escritorio y abro el portátil. La reunión empieza de manera tranquila y, mientras hablo y le hago un resumen de lo que llevo hasta ahora de las proyecciones, siento los ojos de Azrael clavados en mí. Él no dice nada y empieza a ennervarme.
—Bien, ¿qué piensas de lo que he hecho hasta ahora?
—Qué bien podrías tener mi puesto si quisieras.
Hago una especie de mueca.
—No, si algún día te destrono, será por mérito propio y no por ser una Martinelli.
Asiente con un atisbo de sonrisa.
—Vaya, creo que es el primer cumplido de tu parte desde que te impusieron mi presencia.
Suspira y se reclina en su silla con la ciudad de Chicago, iluminándose detrás.
—No me impusieron nada, soy leal a tu hermano y hago mi trabajo.
—Sí, por supuesto —murmuró. —Bien, ¿quieres continuar con las proyecciones? —señaló el dispositivo.
Se pone de pie y se sienta en la silla frente a mí. Sus rodillas, casi rozando las mías y el olor a cuero, y bourbon, me envuelven haciéndome tragar duro. Toma la portátil y la pone sobre el escritorio.
—¿Quieres que veamos la parte tecnológica?
—No, tengo una mejor idea. ¿Quieres un trago?
—No. Vine a trabajar, no a socializar.
Sus ojos grises me estudian con intensidad. Y no puedo evitar recordar el beso que compartimos hace un tiempo en la casa donde nos refugiamos luego de un ataque de parte de Piero Rinaldi, el ex suegro de mi hermano y que estaba dispuesto a destruirnos a todos.
—Prisca. Tú y yo sabemos que no viniste solo por trabajo.
—No empieces, Azrael —advierto. Me pongo de pie y camino en busca de más espacio entre nosotros.
—¿Por qué no? ¿Vamos a fingir que no está pasando nada?
—¿Nada de qué?
Él se pone de pie. Camina hasta mí. Su cuerpo ocupa todo el espacio entre mi voluntad y mis miedos. Su voz baja y ronca me atraviesa.
—¿De qué me jodo en silencio cada vez que entras en una sala y finges que no pasa nada? De que estás vetada, Prisca. Prohibida. Y, aun así... —Su mano roza mi mejilla, y el temblor que me recorre no tiene nada de controlable. —… Aun así, no puedo dejar de desearte —susurra.
Debería irme. Debería empujarle, gritarle, recordarle que mi hermano le volaría la cabeza si supiera que está hablándome así. Pero en lugar de eso, soy yo quien da el paso final.
Y entonces lo beso.
No hay palabras después de eso. Solo manos, bocas, respiraciones entrecortadas. Su boca se encuentra con la mía como si el mundo fuera a acabarse esta noche y solo nos queda el consuelo de destruirnos juntos.
—¿Sabes lo que estás haciendo? —pregunta en un momento, su aliento cálido roza en mi rostro.
Asiento, aunque en lo más profundo de mi ser, sé que estoy cruzando una línea que nunca debería haber cruzado. Pero el deseo es más fuerte que la razón.
—Sí —susurró con convicción y los ojos clavados en los de él.
Azrael no dice nada más. Sus labios se posaron sobre los míos. Esta vez en un beso voraz, lleno de necesidad y pasión. Nuestras manos se mueven con urgencia, explorando, reclamando. Azrael me levanta en sus brazos y lleva hacia el sofá de cuero que está en un rincón de la oficina.
El sofá cruje bajo su peso cuando Azrael me recuesta sobre él. Lo despojó de la camisa, develando su cuerpo duro y pecaminoso, mientras los besos se vuelven más intensos, más desesperados. Mis manos se aferran a sus hombros, las uñas enterrándose en su piel, mientras él me besa con una ferocidad que me deja sin aliento.
Con movimientos expertos, Azrael desabrocha los botones de mi blusa, revelando el sostén de encaje n***o que llevo. Sus ojos se oscurecen con deseo cuando me observa unos segundos, y sus labios se curvan en una sonrisa satisfecha.
—Eres un puto sueño, Prisca—murmura con su aliento cálido en el oído.
Siento cómo me sonrojó bajo su mirada, pero no aparto los ojos. Quiero esto, lo necesito. Mis manos cobran vida propia y se mueven hacia el cinturón de Azrael, desabrochando el mismo con torpeza. Él ayuda, deshaciéndose de sus pantalones y quedándose solo con sus bóxers ajustados. La pasión es palpable en el aire, eléctrico y crudo. Azrael se inclina frente a mí, su mano deslizándose por mis muslos mientras me mira con intensidad.
—¿Estás segura de esto? —pregunta, con su voz ronca de necesidad.
Asiento, con la respiración entrecortada.
Azrael no necesita más invitación. Sus labios se posan en el cuello, besando, lamiendo, mordiendo suavemente. Sus manos se movieron con destreza, deshaciéndose de mi sostén y liberando mis pechos. Gimo suavemente cuando sus labios rodean el pezón, succionando con fuerza mientras sus manos me exploran el cuerpo.
El placer me invadió, onda tras onda, mientras Azrael me explora con una habilidad que me dejó sin aliento. Sus manos se mueven hacia su falda, desabrochándola y deslizándola por las piernas hasta que queda en el suelo. Ahora solo me cubre el tanga, y Azrael me mira con ojos hambrientos.
—Cristo, Prisca —murmura, mientras sus labios me rozan el ombligo y se mueve hacia abajo.
Me aferró a los cojines del sofá, su cuerpo tensándome con anticipación. Azrael se toma su tiempo, besando y lamiendo cada centímetro de mi piel, como si estuviera saboreando un manjar. Sus manos se mueven hacia el tanga, deslizándola lentamente por sus piernas hasta que quedó en el suelo junto a su falda.
Ahora estoy completamente expuesta ante él, y de nuevo siento un rubor subir por sus mejillas. Azrael me hace sentir como una maldita virgen. Su presencia y el aura que inspira me hace sentir como una adolescente inexperta. Pero Azrael no me da tiempo para sentirme incómoda o cohibida. Sus labios se posan en mi sexo, y gimo en voz alta cuando su lengua me explora con habilidad.
El placer se inmediato e intenso. Azrael sabe exactamente lo que hace, y me pierdo en las sensaciones que me provoca. Me aferró a su cabello oscuro, guiándolo, pidiéndole más. Él responde, aumentando la intensidad, llevándome rápidamente al borde del abismo una y otra vez, pero sin permitirme caer.
—Azrael —gimo, con voz ronca de necesidad—, por favor.
Él me mira desde su posición entre mis piernas y veo cómo sus ojos brillando con satisfacción.
—¿Qué quieres? —pregunta. Su aliento cálido golpea mi sexo haciendo que me estremezca.
—A ti —susurró en un tono apenas audible—. Te necesito.
Azrael sonríe, una sonrisa lenta y peligrosa. Se levanta, posicionándose entre mis piernas abiertas. Su erección es evidente, y lo miro con anhelo.
—Como desees —murmura, antes de cubrirme con su cuerpo.
Me besa de forma apasionada mientras entra en mí con un movimiento lento y deliberado. Jadeó contra su boca, con las manos aferrándome a sus hombros mientras él me llena por completo.
Azrael no hace el amor. Azrael me toma. Y yo dejo que lo haga. Porque su cuerpo contra el mío es el único momento donde no importa quién soy. Se mete en mi piel, me siento alguien más. Alguien libre… ¡Viva!
El sexo con él no es dulce. Es feroz, intenso y brutal.
Y hermoso en su devastación.
La oficina, normalmente un lugar de trabajo y profesionalismo, ahora es el escenario de su pasión desatada. Mis gemidos y el choque de nuestros cuerpos resuenan en las paredes, mezclándose con los gruñidos de Azrael. El sofá cruje bajo el peso, y el aire se vuelve pesado con el aroma de nuestra lujuria. Sus labios me reclaman mientras se mueve con fuerza y certeza. Me pierdo en él, en las sensaciones que me provoca. Mis manos se mueven por su espalda, y entierro las uñas en su piel mientras el placer me invade.
—Azrael —gimo, su voz ronca de necesidad—, no puedo más. —Él sonríe contra mis labios, su aliento cálido en su rostro. —No te detengas —murmuró entre jadeos antes de que su boca los acalle cuando me besa de nuevo.
El orgasmo me golpea con fuerza, una explosión de placer que me dejó sin aliento. Grito su nombre, con las manos aferradas a él, mientras las ondas de placer me recorren. Azrael me sigue poco después, su cuerpo tensándose mientras se vacía en mi interior con un gruñido gutural.
Durante un momento, solo hubo silencio, roto solo por nuestras respiraciones entrecortadas. Azrael se apoya sobre el mío, su peso confortable, mientras intento recuperar el aliento.
Cuando termina, ninguno de los dos dice nada. Nos quedamos en silencio, sudorosos, agotados. Y jodidamente conscientes de lo que acabamos de hacer. Azrael se pone de pie y se pierde en el baño mientras el frío me embarga de inmediato. Cuando regresa tiene en la mano una toalla y, antes de que lo haga, se la quito y me ocupó de mí misma. Puedo sentir que su mirada me quema ahora que el momento ha pasado
—Esto no puede volver a pasar —susurró sin levantar la vista.
—Ya pasó.
—Eso no significa que esté correcto. —Mi voz suena baja.
El sonido de su móvil suena llenando el denso silencio que sigue y él, sin pudor alguno, camina desnudo hasta su ropa y lo toma. Hace una especie de mueca cuando ve el nombre y es todo lo que necesito para saber quién es. Azrael me da una mirada de reojo antes de ponerse de pie y caminar hacia el baño.
«Solo hay una cosa por hacer en este momento».
Cuando la puerta se cierra, arrojó la toalla a un lado y hago lo más sensato. Recojo mi ropa y me visto rápidamente mientras lo escucho hablar con Gedeón, mi hermano, al teléfono. me pongo la falda y meto los pies en mis zapatos que han quedado descartados. Tomo mis cosas y salgo de su oficina sin mirar atrás.
La noche me envuelve mientras camino hacia el elevador por el pasillo desierto, con el corazón latiendo rápido, y la mente hecha un torbellino de emociones. Soy consciente de que esta línea jamás la debería haber cruzado, y que no se repetiría. Azrael está vetado para mí, y aunque el deseo aún arde en lo más profundo de mi ser, no era lo más sensato. Pero mientras el ascensor desciende, no pudo evitar preguntarme si alguna vez podría olvidar la intensidad de esta noche, o si el recuerdo de Azrael me perseguiría para siempre.
La respuesta, sin embargo, tendría que esperar, perdida en las sombras de la noche y en los rincones más profundos de mi corazón.