CAPÍTULO 2.

1411 Palabras
Semanas Después.  Miro la prueba de embarazo que acabo de hacerme y siento que mi pulso se acelera y no puedo hacerlo sola, no tengo el maldito valor, así que salgo como un huracán de mi habitación y avanzo por el pasillo de la mansión familiar que está cargada de historia, secretos y sangre. Irrumpo como un torbellino en la habitación de mi hermano que comparte con su novia, Vivian. Ni siquiera soy consciente de la violencia con la que abro la puerta hasta que siento el aire golpeándome en la cara, como si mi propia ansiedad se hubiese materializado en ese vendaval. Me detengo en el umbral, jadeando, y lo único que escucho es el estruendo de mi respiración y los latidos desbocados en mi pecho. Vivian se gira bruscamente. Está aplicándose perfume, y todavía tiene una mano alzada cerca del cuello. Sus ojos se clavaron en mí de inmediato. —¿Prisca? —Mi nombre en su voz es como una cuerda arrojada en medio del naufragio. Pero no puedo responder aún. No sé por dónde empezar, mucho menos cómo pronunciarlo. Me siento mareada, al borde del vómito, con las piernas temblorosas y un nudo en la garganta que me impedía hablar. —¿Qué ha pasado? —pregunta, acercándose con esa calidez suya que siempre me ha gustado más de lo que puedo admitir. Niego con la cabeza y trago saliva. No tengo fuerzas para fingir. No esa vez. —¿Estás bien? —No —confieso, sin rodeos—. Estoy en problemas. Serios. Ver su expresión cambiar es casi un alivio, como si ya no cargara sola el peso de lo que llevo por dentro. Me detengo justo frente a ella, respirando como si acabara de correr una maratón. Meto la mano temblorosa en el bolsillo de mi chaqueta y saco aquello que me quema la piel. La prueba de embarazo. Blanca. Rectangular. Tapa rosada. El símbolo de todo lo que no debería haber pasado. —No sé si estoy embarazada —digo, sintiendo cómo se me parte la voz—. Vine porque… no quiero ver el resultado estando sola. Por un segundo, Vivian no dice nada. Veo sus ojos abrirse más, veo el parpadeo lento y desconcertado. Como si lo que le acabo de decir no encaja del todo en la realidad. Pero ella es ella y reacciona rápidamente. —Ven —me toma de la mano en tono claro y fuerte. Esa simple presión basta para que se me afloje un poco el cuerpo—. Vamos al baño. Gedeón puede subir en cualquier momento. No discuto. No puedo. Me dejo llevar, sintiendo que cada paso es una sentencia. Entramos al baño y ella cierra la puerta con el seguro. Mis piernas ceden, así que bajo la tapa del inodoro y me siento, sintiendo que se me va el color de la cara. Dejó la prueba sobre el lavamanos con movimientos torpes, como si tuviera los dedos dormidos. Vivian se sienta en el borde de la bañera y no aparta la vista de esa cosa que brilla sobre la porcelana como una bomba sin detonar. —No sé qué voy a hacer si es positivo —murmuró, tapándome el rostro—. No sé qué hacer… El silencio que viene después es tan denso que creo poder cortarlo con las uñas. —¿De quién es, Prisca? —pregunta ella con esa suavidad que ahoga. Levantó el rostro como un resorte y la miró. No necesita que lo diga. Ella lo sabe, yo lo sabía. Pero yo igual lo susurré, como si necesitara vomitar la verdad. —¿Quién crees? Su reacción es una maldición apenas contenida. —Mierda. —Mierda —repito, y siento las lágrimas punzar detrás de los ojos, pero no las derramo—. Mierda por Azrael, y mierda por mí, por ser tan estúpida. Tan descuidada. No sabía qué es peor. La culpa, el miedo, o ese sentimiento de que todo puede venirse abajo con una sola palabra. Me apoyo con los codos sobre las rodillas, el rostro hundido entre las manos. Puedo sentir a Vivian mirándome, puedo sentir la tensión en el ambiente. —¿Desde cuándo están…? —empieza a decir. —No estamos —la interrumpo con un hilo de voz—. Fue una sola vez. Una noche hace un mes. En su oficina. Las palabras me queman la lengua. Cada una es una confirmación del desastre que estoy provocando. —Gedeón me va a matar —murmuró con una risa vacía que se me quiebra al salir. —No —escucho que dice Vivian, poniéndose de pie y tomando la prueba—. Al que va a matar y destripar va a ser a su segundo al mando y mejor amigo por meterse con su hermana pequeña. Créeme. Un gemido se escapa de mis labios. Me cubro la boca con ambas manos mientras ella alza la prueba. No sé cuánto tiempo pasa, solamente sé que la línea aparece con una claridad cruel. Positivo. Tan claro como el cielo antes de una tormenta. —¿Qué vas a hacer? —pregunta ella, con la voz estrangulada, y sus ojos azules ahora parecen muy grandes para su rostro. Ambas sabemos qué puede ocurrir si esto se sabe. —No lo sé… ahora mismo, no lo sé —digo, porque es lo único que tengo para decir ahora mismo. —Vivian. —Escuchamos una voz que conozco bien. ¡Gedeón! Ambas nos congelamos. Mi corazón se detiene por un segundo. Mi hermano está al otro lado de la puerta. —¿Sí? —responde ella, ocultando con maestría el temblor que yo siento a gritos. —¿Estás bien? Niego con desesperación, rogando silencio con los ojos y con cada fibra de mi cuerpo. —Sí… estoy ayudando a Prisca con… con algo de su vestido —espeta finalmente, improvisando con esa rapidez que le caracteriza. Hay un segundo de silencio. Un segundo que parece eterno. —Henry ya llegó. Te espero abajo. —Ya salgo —Vivian dice y noto que sus nervios aparecen. No es para menos. El detective y el mafioso compartiendo una mesa—. Bajamos en un minuto. Me pongo de pie, tomo la prueba de las manos de Vivian y la guardo en mi escote antes de limpiarme una lágrima traidora que brota. —Voy a mi habitación. Diles que bajo en unos minutos. Veo que Vivian quiere decir algo, pero no lo hace; en cambio, asiente en silencio y salgo del baño. Una vez fuera de la habitación miro a ambos lados y sin nadie a la vista me voy a mi habitación donde cierro con seguro. Con pasos temblorosos me cerco al tocador. Saco la prueba y la dejo sobre la superficie. Embarazada. Positivo. ¡Maldita sea! Mi primera reacción no es el llanto. Es una risa seca, irónica y cruel. Me acerco a la cama y me siento en la orilla con la vista perdida. De todas las cosas que pueden pasar, esto... esto no estaba en el guion. Un golpe en la puerta me sobresalta. —¿Sí? —Su madre quiere que le diga que ya están casi todos abajo para la cena —escuchó la voz de Harry, el mayordomo detrás de la puerta. —Dile, por favor, qué bajo en unos minutos —miro la ropa del trabajo que aún llevo. Suspiro, pero no me muevo. La cena. Sé que tengo que estar presente, ya que Gedeón fue muy claro en que es importante. La familia y algunos amigos estarán en ella. Incluso él. ¿Cómo voy a disimular como me siento? Desde esa noche le he huido como un maldito ratón asustadizo y ahora más que nunca no puedo verlo sin que lea en mi cara esa noche donde crucé la línea y peor aún, con el temor de que se entere de que estoy embarazada. «Todo es un maldito desastre». No sé cuánto tiempo pasó sentada. Solo sé que, cuando finalmente logro moverme, todo dentro de mí se ha vuelto una tormenta. No le diré a nadie. No por ahora. Ni a Azrael. Mucho menos a mi hermano. Este secreto será mío. Al menos mientras dure la calma. Sí, es que llega a haber una. Pero en el fondo, sé que el silencio tiene fecha de vencimiento. Y cuando ese día llegue… el infierno se va a desatar.
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