Irene debería estar feliz, después de todo, estaba obteniendo la reacción que quería de Isabella, pero no podía sentirse así.
No, no cuando la botella de vino estaba vacía y todas las miradas estaban sobre ella, tratando de descifrar qué había hecho mal.
¿Por qué no estaban juzgando a Isabella, quien le había derramado el vino encima?, pensó apretando los dientes, con los ojos ardiendo de rabia.
Ella era la víctima aquí, entonces, ¿por qué no mostraban ninguna lástima?
—Seguro que cruzó los límites —dijo alguien chasqueando la lengua, con el desprecio evidente en su voz.
—Bueno, ¿qué se puede esperar de una hija ilegítima, y además plebeya.
—Despreciable —añadió otra persona.
—Estoy segura de que la señorita Montoya fue provocada por ella, de lo contrario no habría reaccionado de es
