—¿Estás bien? —me pregunta Santiago después de haber corrido por diez minutos. Él está en perfecto estado, a mí se me salen los pulmones por la boca. —Sí, sí, solo que no estoy en forma. Voy a tener que ir al gimnasio —contesto intentando recuperar la respiración. Tengo demasiada vergüenza. Él se ríe y me mira con diversión. —Yo no voy al gimnasio y fumo, y estoy mejor que vos —expresa. Arqueo las cejas, no le creo nada. —¿Y cómo hacés para mantener tu cuerpo tan…? —Sacudo la cabeza—. Bueno, es que se nota que trabajas tus músculos. —Bueno, solo hago ejercicio en casa. —¡Bah! Es como ir al gimnasio, solo que más cómodo. Yo no hago nada de nada, no agarro una pesa hace como… mil años. Es más, creo que nunca agarré una pesa —digo sentándome sobre una gran roca. Él se apoya contra un