Capítulo 6

1504 Palabras
Primera excursión: caminata por el bosque. Yupi, que divertido… Y que se note el sarcasmo en mis palabras. Somos como veinte personas, caminando en hilera con lentitud y miedo porque en cualquier momento alguien se cae por el barro, provocando un tsunami de caídas.  Ana y yo estamos agarradas del brazo, manteniendo el equilibrio entre las dos. Además, la humedad no ayuda en nada. Está todo pegajoso, se transpira con facilidad y los mosquitos nos siguen de cerca, preparados para atacarnos en un momento de distracción en el que dejemos de dar manotazos al aire. —Cuidado, chicos, puede haber Dengue, Zika, Chikunguña, y vaya a saber uno qué —expresa Bruce en voz alta, que se cree un sabelotodo de la vida silvestre. —Qué exagerado —dice Samantha rodando los ojos, pero enseguida saca de su mochila un repelente en aerosol y se echa el doble de lo que se puso antes de salir a caminar. Suelto una risita por lo bajo. Santiago es el cabecilla de la fila, ¿acaso sabe por dónde va? ¿No deberíamos tener un guía para que nos ayude? Ya me veo perdida en un bosque con esta gente. Sacudo la cabeza y pienso en que tengo que dejar de quejarme tanto, ya parezco una mala onda que no le gusta nada, pero es que esto es demasiado. Quisieron hacer un campamento y no prepararon nada. ¿Una excursión es simplemente caminar? Chasqueo la lengua, respiro hondo y decido seguir sin protestar, tampoco quiero que todos me odien porque se nota que están ilusionados. —¡Cuidado! ¡Un oso! —grita alguien que está al final de la fila. De repente, todos los otros compañeros detrás de nosotros salen corriendo como locos, llevando a Ana por delante y, por consecuente, a mí también. Las mujeres gritan como locas y no puedo creer cuando veo a Leticia, una de las chicas de marketing, correr con tacones puestos. El tacón se le hunde en la tierra con cada pisada y le cuesta salir del barro. Estallo en carcajadas y le meto un codazo a mi mejor amiga para que la vea. Ella también se ríe y le saca una foto rápidamente. A todo esto, nos olvidamos del supuesto oso que viene detrás de nosotras hasta que escuchamos un rugido medio extraño. Giramos lentamente y resoplo al ver que el animal es solo un tipo disfrazado. Las costuras del traje son demasiado evidentes. —¿Qué está pasando acá? —interroga el jefe acercándose con el ceño fruncido. Mira al oso de arriba abajo y tuerce la boca con disgusto—. ¿Quién está ahí metido? El oso se saca la cabeza para dejar a la vista a un reluciente morocho de ojos negros con el pelo hasta los hombros y transpirado a más no poder. —Hacía calor ahí dentro —dice con voz ronca, y saca de un bolsillo escondido en la panza una botellita de agua que se toma en un minuto—. En fin, supongo que vos sos Santiago, ¿no? —Eh, sí, ¿y vos? —cuestiona el interpelado arqueando una ceja. —Facundo, el guía —se presenta estirando una mano, o mejor dicho, una pata con garras de algodón. Me río cuando Santiago se la estrecha con expresión incierta—. Usualmente, me gusta asustar a los visitantes. Pero veo que estas chicas son muy valientes. —Mira a Ana y luego a mí y guiña su ojo. Creo que a mi amiga se le cayó la tanga. El jefe hace una mueca de disgusto y se pone frente a mí con los brazos cruzados, como si me estuviera protegiendo. Pongo los ojos en blanco, la que falta es que se haga el sobreprotector. —Mucho gusto, soy Ana y soy muy valiente —expresa mi compañera haciendo ojitos coquetos al guía. Niego con la cabeza de manera divertida, ella siempre aprovechando oportunidades. —Un placer —murmura Facundo. Hasta yo siento que me pongo roja ante ese tono, y más aún cuando termina de sacarse el traje y queda solo con un short diminuto y unas chancletas—. Realmente me estaba muriendo de calor ahí, voy a tener que dejar de hacer esas presentaciones. Las demás chicas de la empresa se acercan al descubrir que el oso era en realidad un hombre muy sexy, incluso Leticia, con todos sus zapatos embarrados, camina moviendo sus caderas de manera muy exagerada. Entonces, el único entretenimiento que va a tener este campamento va a ser la lucha de dos machos alfa, porque se nota que a Santiago no le gusta nada que haya un tipo igual de sexy que él en el mismo lugar, y es probable que tampoco le guste nada que el guía me dirija una mirada de pies a cabeza para escanearme mientras se relame los labios. —¿Entonces vos nos vas a guiar? —pregunta el ojiazul con tono dudoso y medio denigrante. Odio cuando se pone en modo discriminatorio. —Sí, conozco este bosque como la palma de mi mano. —Comienza a caminar hacia el lado contrario por el que estábamos yendo—. No es para allá el lago, iban a caer en un precipicio si seguían hacia el norte. —¿Precipicio? —pregunta Martín con voz temblorosa—. ¿Cómo? —Sí, ustedes no se dan cuenta, pero esto va en subida. Es tan leve que no se siente, pero hacia el norte, la tierra sube, hasta que llega al borde de un precipicio. Su jefe los iba a matar —replica Facundo con seguridad. Santiago lo mira como si no le creyera nada, pero no abre la boca para contestar. Continuamos caminando en silencio, siguiendo al morocho que se nota que sabe por dónde va. Mi amiga señala la cola bien trabajada de este y hace un gesto como que se le cae la baba, suelto una carcajada y le hago un chistido para que no diga nada en voz alta, porque ya sé que me va a hacer pasar vergüenza. Llegamos a una zona bastante más linda, con más flores que árboles y el sol ya nos ilumina. Es más fácil caminar porque hay más pasto y la tierra está seca, así que dejo de sostenerme de Ana y me siento en libertad, al menos para seguir matando a los mosquitos que se posan en mi piel. —Esto es un asco —escucho que murmura María a sus fieles serpientes, digo, amigas, quienes están de acuerdo con ella—. Lo bueno es que ahora ese guía nos va a acompañar a todos lados. —Uf, sí… —murmuran las otras. Pobre Facundo, ya lo veo rodeado de mujeres con perfume caro y ropa de Chanel queriendo conquistarlo. Aunque me da la sensación de que no le molesta para nada, se ve bastante mujeriego. Finalmente, llegamos al destino. Un hermoso lago con el agua cristalina, se pueden ver hasta las rocas del fondo y la poca profundidad del lago. —¿Nos podemos meter? —interroga Samantha dando saltitos. El guía hace un asentimiento y es el primero en entrar. —No traje bikini —le digo a mi amiga por lo bajo. —Nadie trajo —replica mirando como a nuestro alrededor todos se desnudan, se quita su vestido y queda en ropa interior—. Vamos, no seas tímida. —Mejor no. La verdad es que no quiero que todos vean mi tanga rosa diminuta, cuando me la puse no pensé en que iba a tener que bajarme los pantalones. Todos se meten menos yo y Santiago, porque probablemente tampoco se anima a quitarse todo. Me acerco a él y esbozo una pequeña sonrisa. —¿No vas a entrar? —me pregunta. Niego con la cabeza—. ¿Por qué? Se nota que el agua está muy linda. —¿Y vos por qué no entras? —Probablemente por la misma razón que vos. —Nos reímos—. Andá, nadie te va a decir nada por tu tanga rosa. —¿Perdón? —Se te vio el hilo durante todo el recorrido. —Traga saliva y mira hacia otro lado—. Si entras, yo te acompaño. Suspiro y veo sus ojitos azules casi implorándome que me meta al agua, porque se nota que tiene ganas pero no se anima a entrar solo. Me aclaro la voz y asiento con lentitud mientras tomo coraje y me quito la ropa. Tapo mis partes con mis manos porque me siento expuesta, pero toda vergüenza se va cuando este hombre tallado por los mismísimos dioses se queda en calzoncillos. Madre mía, espero que no se note cómo me calienta. Su mirada se dirige a mí y luego hacia otro lado, se aclara la voz y luego camina hacia el lago, envolviéndome con sus brazos para que nadie vea mi parte trasera, supongo.  Esa sobreprotección no va a ser fácil de curar.   
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR