Mientras Santiago se encarga de pedir aquellas hamburguesas prometidas, yo me quedo mirando con más atención la cocina. Es muy amplia, incluso tiene una barra de tragos y un armario lleno de diferentes tipos de alcohol. Creo que le gusta tomar de vez en cuando. Apoya sus brazos en la mesada central y me mira con interés. Arqueo las cejas y sonríe. —Entonces, ¿te gusta la cocina? —pregunta. Asiento con la cabeza. —Confieso que es más grande que mi departamento. Vivo en un monoambiente, tiene cocina comedor, baño y una habitación. Está todo pegadito —replico—. Esto es un lujo. —Bueno, cuando quieras podés venir acá. Tengo muchas habitaciones libres. De hecho, hasta me molesta tener esto tan grande y tan vacío. Y para colmo, casi nunca estoy en casa. —¿Y entonces para qué tenés algo