La invitación de mamá al teatro me cayó como anillo al dedo, aunque en realidad decidí irme de la casa de Juan dos horas antes de lo previsto. Es que las miradas de Santiago me estaban prendiendo fuego. Casi una semana sin tocarlo, sin besarlo, con mi hermano mirándonos bien de cerca y sin dejarnos un segundo en paz. Si no sentía sus labios sobre los míos en las siguientes horas, iba a morir. Abro la puerta de mi departamento y, ni bien entramos, comenzamos a comernos a besos. Pero besos completamente desesperados, como si fuéramos una droga que no probamos hace mucho y estuviéramos saliendo de la abstinencia. En cuestión de minutos me tira sobre la cama como si fuera una muñeca y enrolla el vestido hasta mi cintura, sin siquiera pensarlo, me quita las bragas negras y las tira hacia