CAPÍTULO 4: Alguien que me comprende

2645 Palabras
Registrada en SAFE CREATIVE  Bajo el código: 2011045801413  TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS © Izel Por un momento me quedo viendo a la persona que acaba de tomar mi brazo y cuándo lo reconozco dejo mis cosas y voy hacia él. ―¡Íjole!, perdón…― le digo mientras le ayudo a levantarse. ―Dios mío, sí que tienes fuerza ― me reclama y con cuidado lo ayudo a sentar en una de las bancas cercanas. Él se queja mientras trata de mover las piernas de nuevo. ―De verdad perdón, es que llegaste por atrás y eso no es bien visto en mi país, pensé que ibas a asaltarme o algo. ―¿Asaltarte?, ¿en el campus? ― me pregunta mientras sus manos siguen entre su entrepierna. ―¿Quieres hielo o algo así?, puedo traer un poco de la cafetería o comprar una botella de agua muy fría. ―No, está bien― me responde haciendo pequeños respiros. Mientras lo veo me quedo en silencio. Ahora que lo veo con luz se me hace aún más guapo que cuando lo conocía en la fiesta. Me fijo en su barba perfectamente arreglada, en su cabello muy bien peinado y cuando voltea a verme en sus bonitos ojos brillantes. ―¿Ya estás bien? ―pregunto. ―Mejor, me queda como moraleja no volver a aproximarme así. ―No si quieres tener descendencia algún día, y date de santos que no te eché el gas lacrimógeno que traigo en la bolsa― le digo entre risas un poco más animada. Enrique se acomoda mejor en la banca y me sonríe ― ¿dónde estabas? ―¿En clase de manejo de materiales? ― hablo y él lanza una pequeña risa con una media sonrisa tan seductora que hace que baje un poco la mirada. ―No, en el verano, ¿dónde te metiste? ― insiste. Paso uno de los mechones de mi cabello detrás de mi oído y respondo ― por ahí. ―¿Por ahí?― me dice y sube la ceja ― por ahí, ¿dónde? ―Pues por ahí, conociendo la ciudad, no sabía que me estabas buscando o que tenía que decirte dónde estaba. Enrique se moja los labios con la lengua y se muerde el labio inferior ― nunca dije que buscaba, sólo que la ciudad es pequeña y pensé que te vería por aquí. «Sí claro», pienso. ―Bueno, pues pa’ que soy buena― le digo. Él vuelve a sonreír ante mi comentario y con sus ojos me recorre de pies a cabeza pero no me dice nada ― ándale, que no tengo mucho tiempo. Veo como los ojos de Enrique se mueven para todas partes buscando una respuesta, pero si soy honesta por más guapo que esté yo no tengo tiempo que perder, así que tomo mis cosas y me pongo de pie ―¿a dónde vas? ―Tengo cosas que hacer― le comento ― no puedo estar todo el día aquí sentada bajo el sol, así que si no tienes nada que decirme, me voy. Comienzo a caminar y de nuevo siento su mano provocando que voltee―yo te puedo llevar ― expresa. ―Ni siquiera sabes dónde voy― respondo. ―Pero vas a algún lado y yo puedo llevarte― habla simpático y me sonríe ― tengo un auto, no deberás pagar pasajes e irás más cómoda. Además tienes suerte de que tengo tiempo libre. ―¿Tengo suerte?, ¡guau!, no pues, ¡qué afortunada! ― expreso con sarcasmo. ―Lo sé, la fortuna nos ha tocado hoy a todos ― me dice y tengo el ligero presentimiento de que Enrique no entendió mi tono de voz. ―Mira, de verdad lo siento por lo de tu ingle, no fue mi intención, pero no puedo atenderte en este momento, así que gracias, vuelve pronto, adiós―lo despacho como si estuviera en la tienda de abarrotes y vuelvo a darme la vuelta. Regreso a seguir mi camino hacia la entrada cuando escucho un ¡Ey! Creo que no podrás irte sin esto. Volteo a verlo y me percato que trae la lista de materiales que necesito en su mano, supongo que esto es lo que tienes que hacer y yo sé dónde lo puedes conseguir. Suspiro, arreglo mi bolsa y paso a paso regreso hacia él hasta que encuentro su imponente figura delante mío. Enrique sonríe triunfante y luego levanta la ceja ―¿qué dices?, ¿nos vamos? ―Esta bien, vamos, pero sólo vamos a ir a comprar el material y luego me dejarás en el metro más cercano, ¿Va? ―Sin problemas ― responde en un tono de voz tenue y debo admitir que se me hace del todo seductor. Él me indica con una mano que avance adelante de él y tomando la lista de la otra doy unos pasos al frente para luego llegar al bonito auto que ha estacionado casi enfrente de donde estaba, por lo que creo que este encuentro parecía ser casi planeado. Enrique me abre la puerta y me subo al elegante con investiduras de piel y olor a limpio. Si mi padre supiera que estoy dentro de uno de sus autos favoritos no me lo creería «¿se enojará si tomo una foto?» Enrique se sube del otro lado y cuando se acomoda me ve ― bien, compra de materiales, sé el lugar perfecto. ―Ok, entonces, vamos allá― insistió. ―Pero primero… ¿almuerzo? ― me pregunta― yo invito, será rápido y juro que no te arrepentirás. Enrique me da un rostro de niño que no rompe ni un plato y sin poder evitarlo me río ― Dios, si que eres insistente. Va, sólo un pequeño almuerzo, luego los materiales, tengo que regresar a mi clase de las cuatro. ―¡Igual que yo!, ¿ves?, no pasara nada― habla y luego arranca el auto y de inmediato la canción de pronto la canción de “Alma al aire” de Alejandro Sanz suena en el estéreo, sorprendiéndome por completo. Él no nota mi rostro y simplemente presiona un botón quitando la capucha del auto ―¿disfrutamos los últimos días del verano? ― me pregunta y luego arranca el auto para salir del estacionamiento. Ambos vamos en el auto descapuchado y mientras recorremos las calles de Madrid, Enrique va cantando a todo pulmón y debo admitir con muy buena voz, la canción, sin pena, sin ni siquiera percatarse que las personas lo están viendo en las aceras. De pronto voltea a verme y me canta ― tus andares niña, y tu libertad ― y yo no puedo evitar reírme. ―Creo que alguien se despertó de buen humor ― le comento. ―Siempre estoy de buen humor, al parecer tú no. Aunque no creas voy preocupado por mi situación ― y lanza una mirada hacia su pantalón. ―Ya te pedí perdón, tienes que entender que soy una mujer que siempre anda sola y ahora estoy en un país que no conozco muy bien y pues, tengo que defenderme. ―¿Siempre estás sola?, ¿no te deprime eso? ― me pregunta mientras se estaciona cerca de un enorme parque. ―No, ¿por qué debería de deprimirme?, estoy sola pero no en soledad, es muy diferente. Puedes estar acompañado por cientos de personas y sentirte en soledad. Enrique sube la capucha del auto y asiente ― eso es algo muy… profundo Izel. ―¡Vaya!, temía que no supieras mi nombre. ―Claro que lo sé, admito que es difícil de pronunciar pero es fácil de recordar, además de único ― y me cierra un ojo. Lanzo una ligera sonrisa ― no lo intentes. ―¿Qué? ―Esos guiños, esas miradas, no lo intentes Enrique yo no caeré― le hablo claro y sin decir más me bajo del auto para esperar a que él haga lo mismo. Veo cómo su estilizada y pulcra figura dejan salen del auto y cierra la puerta. Después camina y se para justo frente a mí con los brazos cruzados. ―Tengo la impresión que no te agrado― habla. Levanto la ceja y lo veo extrañada ―¿Por qué lo dices? ―Porque desde que nos conocemos eres un poco, ¿distante?, no sé como que siento que me quieres alejar. Me quedo en silencio «¿en verdad le doy esa impresión?, ¡guau! Izel ahora si te superaste en esto de mantener tu objetivo». ―No, es que… ― y me muerdo el labio inferior ― lo siento, en verdad no tendrías porque no agradarme, eres simpático, me salvaste de que mi estafarán y ahora me llevas a almorzar. ―¿Segura? ― De verdad, si te di la patada fue por auto defensa más que nada pero no porque te lo merecieras. Enrique se ríe, al parecer el anécdota de la patada ahora ya le causa risa ―vale, te creo. Él me da una señal con la cabeza indicándome que le siga ― vamos, te llevaré por algo rico de comer―asiento con la cabeza, y tomando mi bolsa para ponerla sobre mis hombros camino a su lado en silencio. El parque es verdaderamente hermoso, lleno de arboles, lagos, edificios enormes, patos nadando y gente corriendo o caminando, los niños aún juegan y el viento sopla recordándome a las montañas de mi país. ―¿De qué parte de México eres? ― Inquiere. ―Del centro, de un pequeño lugar llamado Tepoztlán― pronuncio y él se ríe. ―¿Tepoz qué? ― y ahora yo me río con la pronunciación de la “z”. ―Morelos, del estado de Morelos ― agrego. ―Ese lugar es más fácil― habla simpático. ―Y ¿tú?, eres de aquí. Niega con la cabeza ― Del norte, San Sebastián, lo llaman el País Vasco. ―Vaya― respondo. Enrique se acerca a un kiosco que hay en el lugar sin preguntarme pide por dos menús del día y luego va a sentarse a una banca que está cerca de ahí. Yo lo sigo, dejándome llevar por la situación y me siento viendo de frente al lago. ―Este parque es muy bonito. ―Es precioso, me gusta venir aquí cuando me quiero alejar de todo ― habla sin pensarlo ―luego voltea a verme ― ¿siempre eres así? ―¿Así cómo? ― Pregunto. ―Decidida, temeraria, imprudente… ―¿imprudente?, los primeros dos adjetivos estuvieron bien, y si te soy honesta no sé a qué te refieres con imprudente. Bueno, si lo dices porque me colé a tu fiesta no era mi intención. ―Nada es tu intención, ¿qué más no es tu intención? ― me pregunta y yo esquivo la mirada hacia el lago porque admito que ese acercamiento que tiene conmigo me pone nerviosa― tu intención no era llegar a la fiesta, patearme… ―Las cosas simplemente se dieron y ya― respondo― no te lo tomes a mal pero eres bastante insistente. ―¿De verdad?― me dice simpático ― al parecer es el momento de ver los defectos de la persona que te invitó a almorzar. ―Es que tú insististe― hablo en un tono de obviedad. Enrique lanza una carcajada que juro le dio más luz al sol para luego verme con sus ojos brillantes ― vale, te la paso, ¿qué más ha analizado señorita? Una mujer con delantal nos interrumpe y pone en nuestras manos unos platos con lo que parece son panes con varios ingredientes arriba. Enrique toma uno de inmediato y se lo lleva a la boca y al probarlo cierra los ojos. Esa simple escena hace que mi memoria lo guarde tan dentro que sé que en algún punto lo recordaré y reviviré. ―¿Qué es esto? ― pregunto. ―Tapas― responde aún masticando el bocado ― pruébalas, son las mejores que he probado, ni las de los restaurantes elegantes las igualan. En eso Enrique acerca una de las tapas que tiene en sus manos y yo le doy una mordida que me sabe muy salada, mi rostro se lo dice y él sonríe. ―Esto está muy salado. ―Es jamón serrano, ¿jamás lo habías probado? ― pregunta extrañado. Niego con la cabeza ―no, es mi primera vez. Ni sabía que existía. ―Pues me alegra que lo hayas descubierto conmigo― me responde. Termino mi pedazo y luego pruebo otro pan nuevo. Siento su mirada sobre mí. Enrique acomoda uno de mis mechones de cabello detrás de mí oreja y yo me sonrojo. No puedo evitarlo. ―¿Cuéntame sobre ti?,¿sobre tepoz…? ― trata de pronunciarlo. ―Tepoztlán, es un pequeño pueblo en Morelos. Tiene montañas y mucha vegetación. Casadas en el verano gracias a las lluvias y las tradiciones están a la orden del día. Tenemos fiestas casi todo el año y comida deliciosa. ―Suena divertido. ―Mis padres son dueños de una tienda de abarrotes, la más grande del lugar. ―¿Trabajabas en la tienda? ― me pregunta comiendo. ―Claro, es lo que nos da de comer. Es lo que pagó mi educación, parte de este viaje, debía ayudarle a mis padres. ―¿Entonces trabajaste en la empresa de tus padres? ―Sí, pero no lo haré para siempre ¿sabes?, debo vivir mi vida, seguir mi sueño. Enrique termina de comer y se queda viendo hacia el lago ―Yo no sé si tenga un sueño― murmura. Y yo dejo de comer para verlo ―¿no tienes un sueño?, eso es imposible, todos tenemos uno, estamos hechos de sueños Enrique. Él voltea a verme ―¿crees? ― me pregunta. ―Claro, los sueños nacen de aquí adentro ― y pongo la mano sobre su pecho ― son pasiones que se persiguen, que te llevan a tener un objetivo en la vida. Esas pasiones me mueven a mí, me trajeron aquí y cumpliré mi destino― hablo. Enrique sonríe ― cumplir tu destino. Suena muy profundo. ―Lo es. Por eso debo concentrarme, mantener mi camino, ser lo que estoy destinada a ser y trabajar duro por ello. ―Hablas con mucha pasión, ¿siempre lo haz hecho?― me pregunta. Me sonrojo ― no lo sé, no suelo hablar de estas cosas con nadie. No sé si siempre hablo así. Enrique toma mi arete y lo observa ― me gusta tu pasión, en cierta manera me contagia, me hace, desear cosas. ―Eso es bueno― respondo ― tal vez deberías pensar que sueño es el que quieres lograr, podrías ser cantante. Vuelve a reír ― sólo me gusta cantar, no es mi pasión. ―¿Entonces eres un hombre sin pasiones?, ¿sin sueños?, no, eso es imposible. Debe haber algo dentro de tu alma que desees más que nada. Algo que tu quisieras mover cielo, mar y tierra para obtenerlo, que las fronteras no te detengan. Me sonríe ―prometo que la próxima vez que te vea tendré una respuesta. ―¿Entonces y planeas otra vez?,si que eres insistente. ―Tal vez tú seas mi nueva pasión ― me dice tan cerca de mi rostro que eriza mi piel ―¿eso cuenta? Me alejo un poco mientras su perfecta sonrisa se dibuja en su perfecto rostro ―ya te dije que no lo intentes Enrique, no hay nada que me distraiga de mi camino― le aseguro mientras mi corazón late agitado al ver sus ojos, porque por primera vez en toda mi vida siento que alguien me comprende, por que he visto el amor en la mirada de él, algo que no puedo permitir que me distraiga.
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