El avión no nos pasó por encima, sino que voló en círculos y aterrizó en el aeródromo del Rancho de Tanga. Fruncí el ceño cuando me di cuenta de que no era el típico Hawker 800-XP2 blanco, rojo y azul del Servicio Médico Real, sino un jet privado elegante, del tipo que poseían los súper ricos. No sería la primera vez que algún barón ganadero hubiera volado a charlar con Jason McAllister sobre su ganado, pero éste era, por mucho, el avión más caro que jamás había visto. —¡Qué bonito!... —los niños mayores exclamaron. —Rosie, Rosie, ¡queremos ir a ver! —exclamaron los niños más pequeños. —¡Quédense quietos! —dije— El señor McAllister estará muy enojado si dejo que mis estudiantes molesten a sus invitados. Mi séquito de observadores masculinos silenciosos se desvaneció en el polvo y todos