Contesto sin pensar en nada más, que escuchar su voz e intentar alejar los malos pensamientos de mi cabeza. La voz me sale temblorosa y baja. —Violeta… —digo y el nudo en mi garganta se hace más grande. —Peter, ¿qué fue lo que pasó? —pregunta preocupada. —Creo que está infartado —espeto suave. —¿Dónde estás? —En el Hospital General de Massachussets —respondo y algo le dice Camila. —Ya voy para allá —comenta y yo niego con la cabeza, aunque ella no me está viendo. —No es necesario que vengas —le digo y ella chasquea la lengua. —No te estoy pidiendo permiso, solamente te estoy informando —contesta seria y no puedo evitar reírme —. Además, no estoy tan lejos. Violeta no corta la llamada, sino que todo el camino, mientras llega en un taxi, se queda hablando conmigo y pregunta