Cuando el increíble hombre frente a mí levanta una ceja inquisidora, me doy cuenta que me pasé más tiempo del que debía mirándolo. Pero en momentos como estos es cuando tengo que aprovechar y tomar ventaja.
Alzo mis hombros en respuesta a su gesto, como si poco me importara que él me descubriera admirándolo como al último helado del desierto. Y la verdad es que debo tener un poco de baba en la boca, pero quién me culpa. Que pruebe alguien más a mirar de cerca a este hombre, en sus actuales pintas y sabiendo todo lo que es capaz de hacer en un dormitorio. No creo que alguien reniegue de mi actuar.
Ante mi gesto indiferente, él sonríe. Una hermosa sonrisa de dientes blancos y que hace brillar sus ojos, ya con su tono natural.
—¿Resolvió la situación que tenía? —pregunto, cuando el silen
