Estaba cansada, harta de que siempre que quería estar con alguien, hubiese un obstáculo. Ya estaba bueno, ya era hora de que me dejaran ser feliz con quien yo quisiera por una vez en mi estúpida vida. ¿A mí qué rayos me importaba que haya hecho una promesa? Yo no había prometido tal cosa, yo podía acercarme a él cuantas veces quisiera. ¡Maldita sea! Estaba enamorada de él y si quería estar junto a él, lo iba a estar. ¿Qué importa si había hecho una promesa? ¿Qué importa si firmó un contrato y falló por el trabajo? ¿Qué importaba? En ese preciso momento, estaba con él en su departamento, sin nadie que nos interrumpiera, sin nadie que interviniera. Aunque me moría por callarlo una vez más y llevarlo a la habitación, sabía que había asuntos que arreglar. Ahora no iba a escaparse de mí.