—Estoy bien –su voz se quebró en mitad de la frase. No pude evitar dejarme llevar por mis instintos y encarnar una ceja incrédula. Leonardo ladeó la cabeza y miró mi expresión. Volvió su mirada hacia sus manos. Ya el sol había salido y nos brindaba un poco de calor en ese lugar tan frío. Él y yo estuvimos un rato sin hablar, quizá unos 45 minutos. Se veía tan sumergido en sus pensamientos, que no podía decir nada para que me prestara atención. Esther había fallecido esa misma noche y yo estaba ahí cuidando de que Leo no hiciera nada fuera de lo normal. Aunque estaba llorando por dentro como una magdalena por su partida, estaba feliz de estar con él. Por otro lado, era mi deber estar ahí, sonriente, a pesar de mi dolor interno. Se lo había prometido a Esther. —En serio estoy bien