Mientras tanto durante todo ese tiempo Emirah y Gema no se habían detenido, justo en ese momento se encontraban ambas en aquella montaña que habían bautizado como suya, aquella en la que se ubicaba la cueva donde estuvo escondida Emirah durante todos esos siglos. En su forma elemental Emirah era la que más rasgos humanos poseía, su cabello hasta las caderas en un blanco tan pulcro que daba miedo incluso tocarlo, se veían como finos hilos que caían tras su espalda y en su pecho, no tenía ningún sujetador haciendo que cayera a los lados de su fino y delicado rostro. Por su parte su figura era delgada y la piel blanca, tan blanca que parecía papel, o una muñeca de porcelana. Sus ojos de un azul claro que te traspasaban y eran más grandes que los ojos normales, incluso un poquito más grandes