Nos pasamos la semana en casa, degustando comida, volviendo loca a la pobre organizadora con los invitados, las tarjetas, los diseños y la música, mientras nosotros nos moríamos de diversión y amor. —Habré engordado como cinco kilos —se queja Esteban apartando el plato vacío, donde hace cinco minutos había una porción de torta de chocolate—. No voy a entrar en el traje y todo va a ser tu culpa. Suelto una risa y acaricio su abdomen plano arqueando una ceja. —¿De verdad? No engordaste ni un gramo. —Yo me siento hinchado —expresa—. Y tengo unas ganas de hacer ejercicio… —Bueno, ya falta poco para que te saquen esos puntos. —Me va a quedar la cicatriz —manifiesta con tono molesto. —Solo yo te la voy a ver, espero, pero igual dudo que te quede marca. Además, ahora hay cremas que ay