—¡Buenas nocheees! —gritan las chicas mientras entran a casa con varias cervezas, helado y comida chatarra. Perfecto, justo lo que necesitaba. Me abrazan y me dan besos a medida que pasan, saludan a mis padres que están en la sala y se van directo a mi habitación. Definitivamente, son mis hermanas perdidas. —¡Tenemos que festejar tu libertad! —exclama Euge—. No naciste para ser sirvienta de nadie, y menos de esos millonarios asquerosos. Hago una mueca y suspiro mientras voy tirando almohadones en el piso para sentarnos. Aún llevo puesto el pijama y creo que estoy demacrada. Lila me mira con seriedad y se sienta junto a mí. —Si Esteban no te llama en… —Mira su reloj—. En tres horas, ya sabés lo que tenés que hacer —dice. —¿Qué tengo que hacer? —interrogo. —Bloquearlo —responden