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1744 Palabras
Llego a casa más cansada que nunca, son las siete de la tarde y ya quiero irme a dormir. Estuve como una hora limpiando la espuma y el agua del maldito lavarropas, para colmo le pedí a Esteban que me enseñe a usarlo y ni siquiera él supo cómo hacerlo. Maldito niño rico, compran cosas que ni saben cómo funcionan. Mi padre está vestido con su traje para ocasiones especiales y mi mamá aparece con un vestido azul y largo. Los miro con curiosidad. —¡Justo a tiempo! —exclama papá—. Vamos a una cena muy, pero muy importante, tenés diez minutos para prepararte. —¿Qué? ¿Yo también tengo que ir? —interrogo con desgana. —Por supuesto, mi nuevo jefe quiere conocer a toda la familia —replica acomodando su corbata—. Y mejor causar buena impresión. —¿Pueden ser veinte minutos? —inquiero. —Quince. Refunfuño por lo bajo y voy a cambiarme. Como ni siquiera tengo tiempo, me doy un baño de cinco minutos sin mojarme el pelo y luego me visto con una minifalda de cuero, un top n***o con lentejuelas, tacos con tachas y me maquillo con un delineado y labial rojo. Me pongo el perfume que cree yo misma, de aroma dulce y frutal, y voy con mis parientes. Ya me están esperando en la sala, ya listos para salir y notablemente ansiosos, y hacen una mueca de desaprobación al verme. —Parece que vas a un recital de rock en vez de a una cena decente —comenta mi madre. Ruedo los ojos y me encojo de hombros. —Es lo único que encontré, no tengo tiempo para rebuscar en el armario, hace mil años que no me visto de gala —contesto con tono neutral. Ellos suspiran y me hacen un gesto para que los siga hasta el auto—. ¿Y cómo se llama el nuevo jefe? —cuestiono ya dentro del coche, cuando mi papá arranca el motor. —Jorge —replica—. Vamos a comer en familia, y sobre todo, Nina, quería que vayas porque su hijo maneja una empresa de perfumes y puede ser que te dé trabajo. Tenés que comportarte como una adulta responsable e intentar caerle bien. Frunzo el ceño y miro mis uñas rojas pero despintadas a causa de estar estrujando trapos todo el día. ¿Empresa de perfumes dijo? —¿Y cuál es el apellido de ese tal Jorge? —quiero saber sonando con desinterés. —Márquez. ¡Pero no puede ser! ¿Es que la vida está empeñada en hacer que me cruce a ese tipo una y otra vez? Ojalá nunca hubiera aceptado ese maldito trabajo. Bufo y niego con la cabeza. —No puedo ir a esa cena, papá —expreso. Ambos me miran como si estuviera loca—. Es que trabajo para esa familia, es a ellos a quienes le limpio la casa. No podés dejar que vean que tu hija es una pobre. —¡Nina! Primero, no sos pobre, sino que sos trabajadora. Segundo, con más razón tenés que ir a la cena, así entablás una buena relación y en vez de tenerte limpiando su casa, te tienen en la empresa del joven este… —dice mi mamá y se queda en silencio—. ¿Cómo era que se llamaba? —Esteban —replicamos mi papá y yo al mismo tiempo. Suspiro y me cruzo de brazos. No puedo creer que sea el mismo, ojalá que no vaya. ¿Y si aparece con Rocío? Buf, ahí sí que va a ser un bochorno para mí. El camino transcurre en silencio, lo que se me hace raro porque mis acompañantes son muy charlatanes, por lo que se nota que están nerviosos. Respiro hondo, tengo que dejar de ser egocéntrica. Solo por hoy, voy a olvidar quién es ese tipo y voy a dar mi mejor impresión por ellos, porque sé que para mi familia esta cena es muy importante. Mi viejo estaciona en la puerta de un restaurante y enseguida aparece un muchacho a abrirnos la puerta, recibe las llaves que mi papá le tiende y me guiña un ojo. Hago una mueca de asco, la que falta es que a un cualquiera se le ocurra coquetear conmigo. Mi mamá nos anuncia en la recepción y una chica muy coqueta aparece para dirigirnos a nuestro lugar. La mesa está vacía, así que me alivia y me da un poco de esperanza de que cancelen a último momento, aunque la esperanza se esfuma en cuanto la familia Márquez entra por la puerta. Me siento como Bella de Crepúsculo cuando ve entrar a los Cullen en la cafetería de la escuela. Todos en fila, primero Kathy, luego un señor mayor que yo supongo que es Jorge, y luego Esteban. Me quedo sin aliento y me haga un retorcijón en el estómago al ver su belleza. Se nota que se afeitó, las luces amarillentas del lugar le hacen brillar un poco más sus ojos y el traje n***o que trae puesto le hace un físico aún más imponente. También me alivia que su novia no esté con él, al menos lo voy a mirar con un poco menos de culpa. Mi papá se pone de pie enseguida para recibir a la familia y de los nervios se lleva la mesa puesta con las piernas. Gracias al cielo que no se cayó o hubiera pasado un papelón increíble. Extiende la mano como un minuto antes de que lleguen a nosotros y, finalmente, los dos mayores se saludan con una palmada en la espalda. Luego estrechamos la mano entre nosotros. —¡Nina, qué gusto! —expresa Kathy al reconocerme. Yo esbozo una sonrisa tímida y cortés, y dedico una mirada indiferente a su hijo, quien me hace una mueca de arrogancia. Estúpido niño rico. Para colmo, se sienta a mi lado y bufa como si le costara estar cerca de mí. Aún así, también me doy cuenta de sus ojos recorriéndome de arriba abajo y su expresión denota que está buscando algo en su mente para hacerme enojar. Mientras nuestros padres hablan, se pega un poco más a mí, agarra la carta para taparse y acerca sus labios a mi oído. Trago saliva y mi corazón late con fuerza ante su proximidad. —Lindos zapatos, pero las tachas fueron moda el siglo pasado —comenta por lo bajo. Respiro hondo para controlarme y le sonrío con falsedad. —No me las puse por moda, sino para patearte en caso de que me jodas —suelto—. ¿Acaso ya tengo que darles uso? —No te hagas la mala conmigo —responde. Agarro el menú y también lo pongo frente a mi cara. Giro para mirarlo a los ojos y nuestros rostros quedan tan cerca que siento que me muero, intento que mi voz no salga temblorosa al hablar. —¿Y sino qué? —cuestiono con tono desafiante. Esboza una sonrisa divertida, al maldito le gusta este juego y también debe saber que me tiene loca desde el primer momento en que lo vi. Estos hombres que son demasiado seguros de sí mismos son muy peligrosos. —Estás jugando con fuego —murmura recorriendo mi semblante con su vista. —¿Yo? —digo divertida—. Vos sos el que me está molestando desde el principio de todo, yo solo estoy respondiendo. Abre la boca pare contestar, pero su padre nos interrumpe. —¿Ya saben lo que van a pedir? —interroga el hombre. —No —respondemos los dos a la vez. Por un instante nos sonreímos, pero luego vuelven nuestras miradas desafiantes. ¿Tan lindo tiene que ser? Hace años no me sentía tan viva, siento cómo el calor se expande por mi cuerpo a medida que mi acompañante continúa acercándose a mí. El mozo nos interrumpe tomando el pedido y terminan ordenando carne con ensalada para todos menos para la madre de Esteban porque es vegetariana, así que pide un plato de pastas. —Mi hija estudió para ser perfumista —expresa mi padre con tono orgulloso mirando a quien está a mi lado. Arquea las cejas con sorpresa y vuelve a mirarme con interés. —¿Por qué quisiste estudiar eso? —me pregunta. La peor pregunta que pudo haberme hecho, ¿cómo le explico que me obsesioné con un aroma? Con su aroma, para ser más exacta. —Eh… porque me gustan los perfumes —respondo como si fuera obvio. Mi madre hace una mueca avergonzada y pienso algo más inteligente—. Cuando era más chica sentí un aroma que me encantó y que nunca más pude encontrar, así que decidí crearlo yo. —Una verdad a medias no suena tan mal. —¿Y te salió? —No, se ve que es un perfume muy original y único, ideal para una sola persona en el mundo. Nos quedamos mirando por varios largos segundos hasta que suspira y dirige su vista a la copa vacía. —Bueno, quizás pueda tomarte un examen para mi empresa. Seguramente que te va mejor ahí que lavando ropa —comenta con una media sonrisa—. ¿El perfume que tenés hoy lo hiciste vos? —Sip —digo. Agranda su sonrisa con suficiencia y asiente. —Me gusta, es muy original y único, ideal para una sola persona en el mundo —agrega repitiendo mis palabras. Mi papá me observa con expresión ganadora, pensando que este tipo ya va a contratarme. Si no lo soporto como persona, ¿podría soportarlo como jefe? Como en silencio mientras los demás se encargan de hablar. Por debajo de la mesa, Esteban me da una patada que me hace saltar. Lo miro con enojo y hace una mueca de culpa. —Perdón —murmura—. Habrá sido el imán. —¿Qué imán? —inquiero dudosa. —El que tenés. —Se encoge de hombros. Lo miro confusa, cada vez lo entiendo menos—. Es que me atraes como no te das idea. En solo dos segundos logra derretirme completamente. Estoy a punto de responderle cuando su prometida irrumpe en el lugar, llega corriendo hasta nuestra mesa y le planta un sonoro beso en los labios. Hago una mueca de disgusto y me concentro en mi plato. La noche va a ser más larga de lo que pensé. 
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