Miro a Martina y sonrío. Es una nena preciosa, tiene los ojos de su padre, la nariz de su mamá y es tan pequeña que podría tenerla todo el día en mis brazos.
—Nina —me llama mi amiga. La observo con interés. Está recostada en la cama, hace poco más de un mes tuvo a su hija, así que está un poco cansada ya que no para de despertar durante toda la noche—. En cuanto podamos, nos vamos a ir Italia —continúa—. James tiene su trabajo allá y lo necesitan. Ya bastante la remó desde acá, pero no puede seguir lejos.
Contengo las lágrimas y me aclaro la voz para intentar deshacer el nudo que se formó en mi garganta.
—¿O sea que no vamos a criar a nuestros bebés juntos? —interrogo. Hace una mueca de tristeza y suspira.
—Vamos a venir cada seis meses y obviamente nos vamos a ver —murmura. Asien
