CAPÍTULO 6
No pude evitar reírme sola, estaba empezando a pensar demasiado en mi jefe, y eso estaba mal, muy mal.
Más tarde todos empezaron a recoger sus cosas, empecé a hacer lo mismo y luego fui a preguntarle a Dylan si necesitaba algo más.
—¿Desea algo señor? —pregunté asomando la cabeza por la puerta.
—Pasa —me ordenó.
Entré y me paré frente a él.
—Antes de irte necesito que me escribas algo —se paró de su asiento y me lo señaló.
Me senté y lo miré esperando que empezara. Empezó a dar vueltas por la oficina y a hablar.
—Momento —detuve mis dedos. —. ¿No le suena un poco raro? Digo, se está dirigiendo a una persona mayor.
—¿Qué propones? —preguntó avanzando de vuelta hacia el escritorio.
—No le prometo nada, pero le aseguro que haré todo lo posible para que nos veamos lo antes posible, querido señor Baker —hablé mientras escribía rápidamente. —. Me parece más prometedor, pues supongo que no puede perder la oportunidad de verse con él, si le escribe: lamentablemente aún no podremos vernos, pueda que abandone la idea de encontrarse con usted —expliqué.
—Tienes razón —asintió mirándome con fascinación. —. Veo que no me equivoqué contigo.
Le sonreí.
—¿Ahora si me puedo ir? —pregunté parándome del asiento.
—Sí, nos vemos mañana.
—Buenas noches —dije caminando hacia la puerta.
—Buenas noches Luna.
Volteé a sonreírle antes de marcharme.
Cuando llegué a casa, no me sorprendió que mi padre no estuviera, de hecho me estaba dejando de importar poco a poco, malinterpretaba demasiado mis acciones, varias veces salí como loca a buscarlo y terminó dejándome claro que no era un niño, que no lo tratara como tal y que dejara de buscarlo, que la hija era yo, no él.
Mi padre era un caso perdido, por más que intentaba ayudarlo, entenderlo simplemente no se dejaba, estaba enfermo, muy enfermo.
Esa noche trabajé algunas cosas pero no se lo envié al señor Brown, escribí un pequeño recordatorio para hacerlo al otro día y me fui a la cama.
[...]
No me gustaba la idea de empezar a repetir demasiado la misma ropa en el trabajo, pero no podía hacer nada, esperaba que mi sueldo diera para además de ordenar algunas cosas comprarme algo de ropa nueva.
Me hice una coleta alta y me dejé varios mechones sueltos en frente, me maquillé muy simple como siempre, mi vestuario fue un vestido suelto de color marrón sobre las rodillas, y me fui a trabajar.
El día fue tranquilo, hasta la hora del almuerzo, ya que otra vez el mismo joven me invitó a ir con él, pero ésta vez insistió más.
—No quiero otro no...
Lo miré pensativa, estaba dispuesta a acceder al fin, pero me llegó un mensaje.
Revisé mi celular y no pude evitar reír.
“Recuerda que te debo un café”
Levanté la mirada y la dirigí hacia su oficina y me lo encontré mirándome, nos sonreímos sospechosamente.
POV: DYLAN BROWN.
Salí de mi oficina dispuesto a invitarla a almorzar conmigo, era un poco cerrada, hablaba sólo cuando era necesario, pero desde que llegó ha cambiado mi día a día en el trabajo.
Mis ojos cayeron sobre uno de mis trabajadores cortejándola, sabía perfectamente que la estaba invitando a almorzar, cuando sentí que sentí que estaba a punto de ceder, le escribí rápidamente un mensaje.
Terminó de leerlo y me buscó con la mirada, seguido me sonrío tímidamente.
Esperé a que el joven se retirara y me acerqué.
—Pensé que habíamos olvidado eso —comentó sin levantar la mirada.
—Soy yo él que te lo debe, ¿Cómo olvidarlo?
—Bien —levantó la cabeza y me miró. —. Se supone que tomaremos café a la hora del almuerzo —arquea una ceja.
Me incliné hacia ella, apoyando ambas manos a su escritorio. —Podemos reemplazar el café por almorzar conmigo.
—Ya almorzamos juntos —replicó.
—No solos —le guiñé un ojo.
Negó con la cabeza sonriendo. —Si tanto lo desea, acepto que almorcemos señor —dijo parándose.
Ordenó sus cosas y sólo se quedó con su celular, a la par mía, nos encaminamos hacia el ascensor.
Juntó sus manos mientras miraba fijamente las puertas del ascensor, estaba nerviosa, podía sentirlo, su cuerpo estaba tenso, de hecho no era la primera vez que la sentía nerviosa, casi todo el tiempo lo estaba, y aunque lo disfrutaba, no me gustaba que se sintiera así.
—Deje mirarme —demandó.
Me reí.
—No puedo —sinceré.
—Inténtelo —dijo sin voltear a verme.
Era tan directa, hermosa, el mirar de sus ojos almendrados era especial, sus ojos decían mucho: ni santa, ni diabla.
Las puertas del ascensor se abrieron, y la primera en salir fue ella, seguía nerviosa, yo me sentía muy relajado, me gustaba tenerla cerca, por una extraña razón no definida.
Cuando llegamos al café, ella pidió lo mismo que comía aquella vez que la sorprendí en aquel lugar, alitas de pollo.
Mientras comía, estaba muy concentrada en su celular, sus expresiones cambiaban de un momento a otro, tenía una curiosidad pero no dije nada, por el momento.
—Ujum —aclaré mi garganta.
Sonrió, no dejó de ver su celular, mordió su labio inferior con una mirada intensa, quitó un mechón de su frente, pero éste cayó nuevamente en su frente tapándole la vista, lo mismo se repitió dos veces.
Incliné mi mano y le moví el mechón suavemente hacia atrás y lo coloqué detrás de su oreja. Lo mismo hice con el otro mechón, ella estaba muy metida en su celular.
Se lo arrebaté tomándola desapercibida.
—A ver —murmuré.
Ella abrió los ojos atónita, agitó los brazos queriendo quitarme el celular.
—¿Qué hace? —preguntó, con la voz lo más moderada posible.
—Quiero ver lo tan interesante, que hasta te quita el apetito —contesté divertido.
—Oiga —reclamó. —. Ni se le ocurra leer mi celular —advirtió.
—¿Ah? —arqueé una ceja mirándola divertido mientras jugaba con su celular en mi mano.
—Señor —dijo entre dientes. —. Démelo —demandó.
—Tranquila —miré la pantalla. —. Sus dedos trazaron mi piel, sentí esa corriente eléctrica recorrer todo mi cuerpo cuando sentí su tacto en mi intimidad, ahí temí lo peor, estaba rendida ante él y sabía que una vez que empezáramos, no íbamos a poder parar —leí.
Busqué sus ojos antes de continuar, pero ella estaba con la cabeza gacha mientras tapaba sus oídos y cerraba los ojos con fuerza. Sonreí con ternura, incliné mi mano y levanté su cabeza alzándole la barbilla con mi dedo índice.
Tenía los cachetes rojos de la pena.
—Con que te gusta leer —murmuré. —. Y un gusto en especial —le dije con picardía.
En un descuido me arrebató el celular y apartó la mirada. Tomé un mechón de su cabello y lo acaricié suavemente. —No tienes de que avergonzarte.
—No será él que no me podrá volver a ver a los ojos —masculló mirando por le ventanal del pequeño restaurante.
Reí.
—¿Te avergüenzas de algo que te gusta?
Tardó en contestar.
—Usted es mi jefe, no debería de saber algo así —regresó su vista hacia la mesa.
—También soy un amigo ¿no? Nos conocimos antes del trabajo.
—¿Así es...?
—Así ¿que? —indagué.
—Nada —negó con la cabeza. —. Olvídelo.