Chelsea Tremblay
Las instrucciones son claras.
Llevar solo una bata de baño. Hecho.
Traer el antifaz. Hecho.
Bajar a las mazmorras. De camino.
«Ni siquiera sabía que habían mazmorras en este lugar».
Mis piernas tiemblan un poco mientras avanzo, no tengo miedo, porque no le temo a Demian, pero no tengo idea de qué es lo que me espera y eso me pone, digamos que, un poco ansiosa.
La oscuridad aquí debajo se siente fría. Me meto al pasillo que lleva a mi destino y las luces se encienden conforme voy avanzando, no hay dudas de que hay sensores aquí debajo.
«¿Demian le habrá exigido a Alek montar un cuarto de juegos?», eso me hace sonreír.
Y me hace pensar si a mi posesivo esposo no le vibra la sangre por saber que estoy entrando en su mundo con demasiada facilidad.
Una ancha puerta de roble se ve al final. Está cerrada y tiene, como si esto fuera un castillo medieval, una aldaba de hierro en forma circular ocupando el mismo centro. Avanzo hasta llegar frente a ella y cuando levanto la cabeza, hacia la pared, veo una pequeña cámara que debe estar avisándole que ya llegué. Le sonrío con sorna y empujo.
Ponerme en posición sumisa. Lo haré luego de curiosear.
El cuarto es n***o, al completo, justo como era nuestra sala de juegos en el Capital Sins Club. Unas luces rojas se encienden cuando yo avanzo dos pasos y cierro la puerta detrás de mí.
—Gracias, cariño —susurro a la habitación, porque no tengo dudas que aquí tiene cámaras y micrófonos.
Miro a mi alrededor, no hay cama, no hay nada más que un escaparate de piso a techo, de madera oscura y donde no tengo que verlo, para saber que está lleno de instrumentos y juguetes.
—Recuerdas las reglas, darling, o te ganarás un castigo extra.
La voz de Demian sale por algún altavoz y me pone los pelos de punta, no solo porque me toma desprevenida, sino porque suena depredadora, castigadora y demandante.
Asiento sin saber a dónde debo mirar para encontrar la otra cámara y me quito la bata. La piel se me eriza cuando la cuelgo en un gancho de la pared, el antifaz en mi mano se siente sedoso y pecaminoso. Camino hasta el medio de la sala, donde la luz roja es más fuerte.
Me arrodillo, me coloco el antifaz.
Y espero.
***
Demian Tremblay.
El pasillo huele a Chelsea, a mi perversa esposa.
No huele dulce y floral, como su gel de baño o su champú, su aroma después de sus tratamientos de piel en la noche.
No, ella huele picante, diferente, excitante. Su manera de rebelarse ante todo esto y demostrarme que sigue siendo la mujer que amo y que me desbarata cada día. Aunque hoy sabe que merece un castigo solo por insinuar que está “aburrida” y que quiere experimentar.
No puedo ser hipócrita y negar que me tienta. Antes de que Chelsea me recordara lo buenos que somos juntos, quise incluirla en mi mundo, quise ver sus ojos mientras yo me follaba a alguien más y ella miraba, ansiando participar también. Deseaba más que todo castigarla con mi colección de fustas y látigos, por ser tan hermosa, por ser tan mía y haber estado lejos por años. Quise follarla en cada habitación de mi antiguo club, mostrarla como mi mascota preferida y disfrutar la manera en que todos, todos los miembros de ese antro, deseaban poder tocar un centímetro de la piel sedosa y tersa que les mostraría solo a través de un cristal.
Pero ahora estamos aquí. Conmigo queriendo castigarla para satisfacer esa parte mía dominante que quiere mostrarle que sobrepasar los límites no está bien, para luego preparar eso que ella, aparentemente, tanto ansía. Entrar a mi mundo, un mundo en el que ahora necesito verla.
Abro la puerta y la veo en el centro del cuarto, su espalda se tensa imperceptiblemente. Me hace sonreír.
Voy descalzo y solo por eso ella no siente mis pasos, solo cuando cierro la puerta vuelve a tensarse.
Su postura me pone más duro de lo que ya estaba solo por la anticipación. Verla de rodillas, acomodada en esa postura tan deliciosa que me muestra su compromiso conmigo, su sumisión completa, me hace salivar. Me hace querer avanzar, tomarla de los brazos y levantarla conmigo para poder besar su adictiva boca.
Pero todavía no lo merece. Este castigo, ella sabe, no será solo para ella.
Me detengo a su lado y su respiración agitada y baja me recibe. Sonrío con gusto. Extiendo una mano y la apoyo sobre su cabeza. Su cabello está suelto, tan n***o como la oscuridad de este cuarto y ahora brillante por el foco rojo encima de ella. En cuanto Chels siente mi tacto, se estremece.
—¿Nerviosa, darling?
Niega con la cabeza.
«Movimiento equivocado».
Mi mano se mueve a su boca, a su labio inferior protuberante. Lo pellizco y suelta un gemido.
—Te hice una pregunta. Y espero la verdad.
Vuelve a estremecerse y la corriente que me recorre a mí el cuerpo es exquisita. Es ella. Siempre mi Chelsea.
Sus tetas firmes están al descubierto. Más juntas por la posición de sus brazos. Y más abajo, su coño depilado prácticamente brilla, llamándome.
—Sí estoy nerviosa, señor.
La cadencia de su voz me excita, la manera en que dice ese señor me hace ver estrellas, pero a la vez me muestra su diversión con todo esto.
Chasqueo la lengua y suelto su labio con un rápido movimiento que la toma por sorpresa.
—Parece que voy a tener que recordarte algunas reglas, darling. Puede que las hayas olvidado.
Me alejo de ella en silencio, escucho sus jadeos a mis espaldas.
Voy hasta el escaparate donde dejé todo preparado hace unas horas. Abro la primera puerta de la derecha y ahí esperan la cuerda, la fusta y otros juguetes con los que solo yo, de momento, me estaré divirtiendo.
Esta noche se trata de mostrarle lo lejos que puedo llevar todo. Para que aprenda que este juego es más peligroso de lo que cree. Y es una prueba, también.
No solo porque estemos a punto de abrirle las puertas a Dmitriev a nuestro mundo, nuestra intimidad y sexualidad, sino porque quiero saber si ella realmente está preparada. Mi dominio sobre Chelsea se puede volver mucho más atractivo si amplío mis horizontes con ella. Y después de todo, ha sido una puta fantasía por meses el cogerme a mi mujer en una sala privada mientras todo un jodido club nos observa.
«Podemos empezar con un pequeño circo».
Tomo las cuerdas negras de tejido suave, desato el nudo que la mantiene junta y la despliego mientras regreso con Chelsea.
—Levántate, darling… —murmuro a sus espaldas y vuelve a tensarse al escucharme hablar. Lo hace y su perfecto culo aparece en mi campo de visión. Me contengo de darle una nalgada o solo acariciarlo, le esperan mejores cosas esta noche—. Voltea.
Mi voz es un goteo grave.
Lo hace y su cuerpo desnudo es una maravilla, tan dispuesto, tan mío. Mis ojos se pasean por todo él, sintiendo que mi v***a pesa más y se presiona contra la cremallera de mis jeans. Su figura esbelta, delgada, pero con curvas en mis lugares preferidos, se presente ante mí como la manzana del Edén. Quiero comerla.
«Y lo haré…en algún momento».
Tomo sus manos y con dos giros rápidos alrededor de sus muñecas, la ato. Chelsea no se queja, pero sus labios se entreabren y siento el momento en que sostiene el aliento un segundo de más.
Levanto sus brazos sin decirle una palabra y paso la cuerda en la argolla que cuelga del techo bajo justo encima de nosotros. No dejo de pasarla por ella hasta que la levanto lo suficiente para que Chelsea esté en puntillas de pies, con gran parte del peso de su cuerpo sobre sus hombros.
Vulnerable. Mía.
—¿Sabes por qué estamos aquí, darling?
Silencio. Mi mano baja de la argolla, la apoyo en su cabeza y acaricio suavemente su sedoso cabello. Sigo bajando, por su cuello, su hombro y entre sus tetas. Mi mano grande ocupa todo el espacio en medio y roza sus pezones duros como rocas.
—No estoy escuchando tu respuesta, ¿esperas obtener un mayor castigo?
Niega con la cabeza. Su cabello se mueve con ella y cae sobre sus hombros, me hace cosquillas en los dedos.
—No, señor.
Su corazón late desenfrenado, lo siento contra mi palma. Su respiración ya se siente descontrolada y apenas estamos empezando.
—Repetiré la pregunta, entonces. ¿Sabes por qué estamos aquí?
—Porque merezco ser castigada. —Su voz es ronca y baja.
Enarco una ceja con su respuesta, un atisbo de sonrisa hace que se levante mi labio.
—¿Lo mereces?
—Sí, señor. —Segura, determinada.
—¿Sabías que esto te esperaba? —La observo maravillado. Chelsea es atrevida, mis movimientos pocas veces la toman por sorpresa.
Traga en seco. Mi linda y perfecta esposa se toma un milisegundo para demostrar su nerviosismo.
Asiente. No se atreve a hablar.
«Valiente e inteligente».
Me río bajo con su atrevimiento. El amo que hay en mí va a castigarla por esto, pero el hombre que la ama con locura, solo quiere complacerla, darle todo lo que ella quiera, porque solo con ver su sonrisa satisfecha, hace girar mi mundo.
Acerco mi boca a su oreja, su respiración acelerada y pesada hace palpitar mi dura erección. Le muerdo el lóbulo en el mismo instante que un dedo se retuerce en su pezón derecho.
Chelsea gime, se sacude.
—Entonces vas a pagar con creces tu atrevimiento, darling —amenazo y mi mano, de sus tetas, baja por su abdomen plano y suave, hasta el triángulo entre sus piernas.
El monte de Venus depilado me recibe. Solo mi palma cubre todo el espacio entre sus muslos.
Mis largos dedos se deslizan por la humedad que ya se siente, que huele, hasta que abro los labios de su coño con facilidad. Chelsea jadea y mi otra mano sube a su garganta, froto suavemente y presiono solo un poco, lo suficiente para que su pulso se dispare.
—Vas a hacer silencio, Chelsea. Mientras te follo con mis dedos no quiero escuchar ni un solo gemido.
Aprieta sus dientes cuando mi dedo baja por su humedad y restriega sus jugos. Cuando froto dos dedos hacia adelante y hacia detrás, por su botón hinchado y palpitante.
La mandíbula se le ve tensa y en sus mejillas se evidencian las marcas de lo que está soportando. Una vena en su frente me advierte de que mantiene silencio por pura voluntad.
—Que obediente —susurro cuando meto un dedo en su interior, duro, certero y directo al fondo, lo más lejos que se me permite.
Y obtengo la reacción que ya esperaba. Un gritito, un pequeño jadeo que no logra contener a tiempo y que me hace retirar mi dedo al instante, dejándola vacía cuando comenzaba a darle lo que ella quiere y necesita. Doy un paso atrás.
Chelsea se mueve, intenta alcanzarme, irse conmigo. Solo la cuerda la mantiene en el lugar.
—Ibas bien, darling. Pero ahora tengo que castigarte, no puede convertirse nuestro acuerdo en un trato sin consecuencias.
Mis dedos húmedos me llaman y mientras volteo para buscar mi primer instrumento, los chupo y disfruto del dulce sabor de mi esposa dispuesta. Me ocupo, además, de que ella escuche perfectamente el momento en que lo hago.
La fusta de cuero n***o hace que la sangre me recorra más rápido el cuerpo en cuanto la alcanzo; la vara negra se siente ligera en mi mano. El trenzado me da mejor agarre y miro la última pieza en la punta cuando la levanto un poco. El cuero suave que pronto castigará la piel aún más suave del trasero de mi esposa.
Avanzo con pasos silenciosos, de regreso con Chels. Ella no sabe dónde estoy, no me escucha. Pero levanta un poco su cabeza al sentir mi presencia. Está alerta en todos sus sentidos.
Sin embargo, no es suficiente.
El silbido del aire se escucha un instante antes del impacto. Un fuerte crack llena todo el cuarto cuando el cuero golpea la curva de su trasero.
Y Chelsea grita.