Extra 3.2 – Un castigo manifiesto.

2782 Palabras
Chelsea Tremblay. —¡Joder! —grito en cuanto el escozor de una fusta cae con fuerza contra mi piel. Mi espalda se arquea, intento alejarme de Demian, de su instrumento castigador. Girarme y enseñarle los dientes. Pero no puedo. Otro silbido, otro sonido desagradable y otro impacto, ahora en otro lugar. El dolor, ese ardor inicial, se extiende por todo mi trasero y pica tanto que quiero chillar. Un gruñido me sale del pecho. —¡Silencio! —brama, con la voz entrecortada, pero firme. Yo aprieto mis labios y me obligo a aguantar. Ya esperaba esto, no puedo negarlo. «Quizás no esto, pero sí algo similar». Me digo, protestando interiormente por pensar que solo se ocuparía de negarme orgasmos. Vuelve a golpear, ahora muy cerca del primer impacto. «¡Mierda, eso sí que arde!». Grito internamente, pero sin atreverme a exteriorizarlo. —Van dos, faltan cinco —informa, con tono duro—. Cuenta conmigo. —Maldito —susurro y casi al instante, vuelve a dejar caer la fusta muy cerca de mis muslos, esa curva sensible al final del trasero. —¡Cuenta! —grita. —¡Tres! —Eso es, darling. —Su voz se escucha entre divertida y orgullosa. No dudo que el cabrón esté la mar de feliz por lograr esto. Lo peor es que me lo busqué, estuve conforme con esta sesión, de acuerdo con sus advertencias. —¿Tienes alguna idea de lo que siento cuando un hombre se te acerca?, ¿cuando te mira? —pregunta con un dejo tan perverso, que mi piel se me eriza y no es por los azotes o la expectación. Es él. Siempre él y su poder sobre mí. La parte posesiva que tengo dentro quiere gritarle que sí, pero sé que no debo. —No, señor… —murmuro, tragándome todo lo que me viene a la mente, Otro impacto. Este no lo esperaba. No sé de dónde va a venir, porque no lo escucho caminar a mi alrededor. Arde como la mierda, carajo. Logro no gritar, me trago el reclamo que tengo en la punta de la lengua. Puedo imaginarme las jodidas marcas en mis nalgas y eso no sé si me hace reír o llorar. —No me mientas, Chelsea Tremblay. Una sombra de sonrisa se forma en mi boca, pero maldigo su nombre en mi cabeza para evitar hacerlo. Ahora mismo sé que me castigaría por esto. —¿Sabes lo que sentí cuando insinuaste que querías al maldito de Dmitriev viendo lo que es mío? Trago en seco, sé que quizás fui demasiado lejos con eso. No es que de verdad quiera a Alek viendo cómo cojo con mi hombre, pero sí siento algo de curiosidad por ese mundo donde Demian es un amo que no duda de nada. Quiero eso que él mismo me prometió hace un tiempo. Voy a responder, cuando él me recuerda que debo contar. —¿Cuántos van? —Cuatro, señor. «Y, joder, son siete». Vuelve a golpear. El puto sonido del impacto haciéndome saltar antes de que el maldito dolor se extienda por toda mi carne sensible. No me ha pasado la mano ni una vez para aliviar el dolor. Esto no es solo placer, esto es castigo. Uno que me merezco, lo sé. Y que estoy empeñada en disfrutar. —Cinco… —exhalo a duras penas, cuando esta vez me deja sin aire de la impresión. Ya entiendo por qué estamos de vuelta con el antifaz, definitivamente. Todo se siente más agudo con los ojos vendados. Demian respira tranquilo, lo siento cuando se me acerca por primera vez. Su resistencia es envidiable, me hace consciente de lo fuerte y controlado que es. No dudo que podría hacer esto todo el puto día. —¿Te gustaría que me coja a otra mujer, Chelsea? ¿Quieres que otra mujer se corra por mí, así sea con solo ver mi v***a entrando en ti mientras recibe mis órdenes? Aprieto mis piernas. No sé qué mierda me pasa, pero todo lo que él acaba de decir se escucha tentador. Muy tentador. Mucho más porque su aliento choca con mi oreja y me provoca placer sentir lo tibio que es, lo calmo que se mantiene. Por un segundo me imagino a otra mujer encima de él, cabalgándolo con presteza, y mi sangre hierve, pero a la vez…me da curiosidad saber hasta dónde yo estaría dispuesta a llegar. «Estoy loca…» Y Demian debe estar anticipando mis pensamientos, porque vuelve a golpear y me saca de mi cabeza. Momento justo para gritar y liberar la tensión. —¡Seis! —Suelto un jadeo profundo. Mi mandíbula duele de tanto apretarla y mis ojos, aunque vendados, los presiono tanto que comienzan a resentirse. —¡Responde! —insiste, gritando fuera de sí ahora. Y dejando caer la fusta una última vez con un firme crack que solo se puede anticipar por el sonido del aire. «Jodeeeeeer», creo que lo pienso o hablo entre dientes, no sé si me escucho en mi cabeza. Escuece. Arde demasiado. Me retuerzo tratando de aliviar de alguna forma esta corriente que me hace cosquillear la piel. El dolor está sobre todo concentrado en mi trasero, pero siento la debilidad de mis piernas y el peso en mis hombros por mi cuerpo colgante. El cabello suelto se me pega por todos lados por la fina película de sudor que me cubre todo el cuerpo. —Quiero todo lo que quieras mostrarme, señor —respondo sin aliento, sabiendo que tengo que devolverle su poder, su posesión, su dominio. Mi pecho sube y baja tratando de controlar la respiración. Eso lo hace soltar la fusta. La escucho chocar contra el piso con un golpe seco. Sus manos al instante ahuecan mi coño, sus dedos se pasean entre mis labios empapados y conquistan esta parte de mí que estaba ansiosa. Sigue sin aliviar el dolor de mis nalgas. —Este coño es mío —decreta, hablándome al oído, mordiendo con lo que me parece reconocer como rabia—. Tus gemidos son míos, Chelsea. Tus putos gestos de placer y dolor, son solo míos… Gruñe esa última palabra y yo hiervo con su territorialidad, con su dominio. Lo quiero todo, es suyo y mío, solo quiero darle lo que necesita y aunque le cueste, sé que esto es parte de todo eso. —Todo tuyo, mi amo —repito sin aliento aún. Demian gime y mete dos de sus dedos en mi interior. Los dedos de mis pies se encogen con la intromisión y me arranca un gemido que no puedo contener a tiempo. Mi espalda se arquea, me pego a su pecho y apoyo mi cabeza en su hombro, cuando sus dedos reclaman con pasión y rabia todo lo que les pertenece. Si antes me retorcía, ahora soy un puto tornado. La sensación de todo esto es intensa…insoportablemente intensa. El orgasmo llega a mí sin problema alguno, se forma con rapidez envidiable. Demian lo sabe. Y por eso se detiene. Saca sus dedos de mi interior tan rápido como entraron. —No tan pronto, darling. El gemido que dejo salir es rudo, profundo e intenso. Me deja en maldita evidencia, muestra mi frustración e indignación por su pausa. «Ya te habías demorado, cabrón». Sus grandes manos me rodean las caderas, suben por mi vientre y presionándose, dejando un rastro de mi propia humedad. Llegan a mis pechos expuestos y cubren cada uno, pesando y retorciendo cuando sus dedos pellizcan con intensidad. —¿Crees que debería aliviarte, darling? —pregunta con tono amenazante contra mi oreja. Me muerdo el labio para decirle que sí, porque sé que solo será peor. Y también para concentrar mi respiración y mis palpitaciones lejos de lo que me hacen sentir sus dedos torturando mis pezones. —Responde, cariño, o tendré que buscar otro de mis juguetes favoritos. ¿Tu piel se siente ardiendo? ¿Te gustaría que lo calmara un poco? ¿O vas a provocar que mi pala de colección pruebe también la suavidad de tu trasero? Me yergo lo más que puedo. No quiero una puta pala golpeando mi ya maltratado culo. —Creo que sí, mi amo. Me gustaría que me aliviara. Hablo con tono bajo, sumiso y dócil. Con mi cuerpo completamente entregado a él y a sus deseos. Demian se ríe contra mi oreja. Ese sonido tan exquisito que me pone los pelos de punta, que me hace entender el motivo por el que lo amo con tanta desesperación. Deja un beso casto en el lóbulo, baja por mi cuello y sus manos dejan de torturar mis pechos. —Solo respóndeme algo antes, cariño. ¿Por qué quieres esto? Pienso bien mis palabras, aunque tengo muy claro la razón de haberle pedido ir un paso adelante. —Porque amo cada parte de ti, porque quiero que sepas cuánto me gusta complacerte, cuánto disfruto sabiendo que yo soy suficiente… Mis ojos se llenan de lágrimas. —Porque estuve a punto de perderte cuando solo tenía días a tu lado. Ahora que sé cómo se siente eso, prefiero darte todo, todo, absolutamente todo, de mí. Demian no respira. Está conteniendo su aliento y todo en él se siente tenso de repente. Pero luego se relaja, suelta un suspiro y cuando menos lo espero, tengo sus labios presionando sobre los míos. *** Demian Tremblay. Mi idea era castigarla aquí, solos en este cuarto, y mostrarle todo lo que incluye mi mundo. Mi idea era salir de aquí siendo más fuertes y sabiendo perfectamente lo que mi esposa, mi mujer hermosa, quiere. Pero con unas pocas palabras acaba de desarmarme y no puedo evitar actuar sabiendo que no merece mi piedad justo ahora, pero que la tendrá toda la vida que tenemos por delante. Nuestras bocas chocan cuando no puedo aguantar más y la beso desesperado, hambriento y necesitado. Muerdo su labio inferior y lo estiro. Mis dedos se presionan en su carne y ella gime contra mi boca. Mi lengua se tropieza con la suya, abre sus labios y me permite saborearla. Todo su olor me rodea, ese sudor que nos cubre hace que mis manos resbalen en su cuerpo. Sus piernas se balancean y las levanta para rodearme las caderas. No me niego solo porque su calor húmedo pega con el bulto en mis pantalones y esa tibieza es suficiente para arrancarme un gemido de necesidad. Recuerdo vagamente mis intenciones de esta noche y no tengo interés en olvidarlos, pero por ahora puedo hacerle creer que me ablandó. «No es que no lo haya logrado, es que de todas formas la quiero sometida». Mis manos sostienen su trasero y Chelsea se queja. Yo sonrío, porque sé el motivo de su reacción. Su trasero debe sentirlo en carne viva, ciertamente está bastante caliente. Lo amaso con suavidad ahora, acompañando con movimientos lentos de nuestras bocas, hasta que Chels se relaja en mis brazos y se alivia de su tortura. Cuando considero que ya ha pasado el tiempo suficiente para relajarla rompo el beso y la dejo en el suelo una vez más con suavidad. Chelsea gime cuando me separo y voy en busca de mi próximo juguete. En la pared de fondo del escaparate, en la sección que dejé abierta, hay una muestra de vibradores de diferentes medidas y tamaños. Alcanzo el que había dejado preparado para la sesión de hoy y no demoro en regresar con mi mujer para darle un placer extenso y continuado, hasta que me convenza de que puedo dejarla correrse. No importa que mi v***a esté apretada en mis pantalones, que mis ganas cada vez sean más. Este es su castigo y cumpliré con lo que tengo preparado. Enciendo el aparato y el zumbido llena todo el espacio. No me pierdo de la reacción de Chelsea, del momento en que levanta su cabeza buscando escuchar mejor, de su espalda tensa y de la manera en que aprieta sus muslos para juntarlos y aliviar en parte lo que le dejé allí a medias. —¿Lo sientes, darling? ¿Lo quieres? Mi voz hace eco en el reducido espacio. La respiración de Chelsea se acelera cuando me acerco por detrás. Escondo mi cabeza en el hueco de su cuello y bajo mi mano, con el vibrador ya prendido, hasta colarlo entre sus piernas. —Sí, por favor, mi amo… De tanto que se retuerce por la ansiedad, está temblando. Pego la vara a su coño, aumento un nivel en la velocidad. La vibración me sube por el brazo en el instante que ella grita y se sacude. Lo cuelo entre sus piernas apretadas, aún sin penetrarla, presionando contra su clítoris y hasta que tiembla tanto que, si la suelto, solo la cuerda la mantendría erguida. Las ondas de placer la sacuden y mi v***a dura presiona contra su culo pidiendo, exigiendo, entrar. Espero a tenerla en el punto más alto, cuando su respiración es escasa y descontrolada y sus sacudidas se hacen más fuertes, entonces paro. Chelsea gime bajo la primera vez. A la segunda pausa, lloriquea. A la tercera, gruñe de frustración. A la cuarta, me ruega que le dé un orgasmo, el primero que le he negado desde que la toqué con mis dedos y luego probé su dulce sabor. No hablo, solo actúo. Solo miro su rostro desencajado y río perverso cuando la mueca de indignación se convierte en lágrimas corriendo por sus suaves mejillas. No es la primera que le niego un orgasmo, pero sí es la primera que dura tanto. No me detengo. No lo hago cuando mi dedo curiosea en su parte trasera y ella se estremece, buscando el alivio por esa vía, aunque sigo deteniendo las vibraciones cuando más lo necesita. Me ruega que lo tome, que vuelva a dar rienda suelta a ese instinto que no me permite alejarme de lo que estar en su culo me hace. —No, darling, no lo tendrás tan pronto. Te lo advertí. Quiero repetir con mi amigo, aquí —presiono mi dedo en su anillo de músculos y ceden fácil y perfectamente a mí—, pero no ahora. Chelsea suelta lo que parece un bramido de rabia, pero termina otra vez en un llanto desesperado. No me gusta torturarla, pero se lo advertí. Le dije lo que era no tener una palabra de seguridad a su consideración. Le dije que este castigo sería todo lo contrario a lo que habíamos tenido antes. Pero ella, la mujer más perfecta de todas, no se amilanó. Y aquí estamos. —Dem… —susurra mi nombre en una última acción desesperada. —¿Sigues queriendo que Dmitriev nos vea follando, darling? Un segundo pasa sin respuesta, ella se tensa, pero no duda en su respuesta. —Sí. Su única palabra me enorgullece, me hace sonreír. —Entonces es un puto alivio que lo haya invitado a vernos por las cámaras. Saluda a Dmitriev, darling, y te daré lo que quieres. Chelsea traga en seco, se queda tranquila, quizás pensando que estoy bromeando, pero ella pasó mi prueba, la que yo necesitaba hacerle. Cuadra sus hombros. —Hola, Alek. Espero que no hablemos de esto a la hora de la comida. Suelto una risotada y sin previo aviso, prendo el vibrador en la velocidad más alta y la llevo directo a su coño. La presiono contra sus labios y el jadeo sorprendido, el grito gustoso de Chelsea, llena todo el espacio. Con una mano mantengo el vibrador en su lugar, haciéndola subir y subir con cada segundo y con la otra, me bajo mi cremallera y libero mi dura v***a. —Demiaaaaan… —grita mi nombre cuando el placer va en aumento y no para. Su cuerpo se retuerce, tiembla y se sacude. Está a punto una vez más y cuando su pecho se expande con una fuerte inhalación, pauso el vibrador y lo suelto, tomo sus piernas y mientras las hago rodear mis caderas, me acomodo contra ella. A Chels no le da tiempo gemir de frustración cuando la estoy llenando con mi v***a. Hasta el fondo, sin parar, un solo empujón firme y determinado. Chelsea se corre a mi alrededor y aunque yo intento contenerme, apretando mis dientes y pensando en cosas diferentes, no puedo evitar explotar en cuanto siento la forma en que sus paredes internas me presionan, me exprimen sin dudar, sin pausa, hasta que toda la ola de placer pasa y Chelsea descansa su cabeza en mi hombro. Solo se escuchan nuestros gemidos mientras recuperamos la respiración. Pero de pronto, no sé cuánto tiempo después, la puta voz del cabrón llega por los altavoces. —Eso fue un poco vergonzoso, Tremblay.
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