—¿Cariño? —la voz de mamá se escucha muy alejada, pero es solo porque estoy tan distraída que justo acabo de volver del rincón de mi mente que me hace temblar.
Solo un par de horas antes, eventos muy extraños habían ocurrido. El rostro perturbado y adolorido con ojos violetas. La chica siniestra y el imponente Velkan, imposible olvidar un nombre así. Y sobre todo, “poner la basura en su lugar”, ¿qué quiso decir con eso? ¿Se refieren al chico de rostro atormentado. Y aún más, él… o eso, me dijo que no los dejara lastimarme. Sin embargo, nada más paso, porque luego de unos breves minutos en silencio, Velkan volvió como si nada, siguió su camino sin mirarme una sola vez, cruzando el umbral y dándome la espalda mientras la chica lo seguía. La vi poner su mano sobre la puerta y moverla para cerrarla y justo antes de que desaparecieran, volvió a decir algo: Ten cuidado con lo que juegas aquí.
—Perdona, mamá. Estaba pensando en cosas de la escuela.
—¿De verdad? —baja su cubierto de plástico y entrelaza las manos. Sabe que debe indagar más para confirmar si miento o no.
—Sip —masco un trozo de mi hot dog—, ¿sabías que está estrictamente prohibido mostrar tatuajes o perforaciones?
—¿Eso incluye los aretes? —y se toca sus lóbulos.
Niego una vez—. Para las chicas no, los chicos al parecer sí.
—Que conservadores.
—Lo sé —sigo hablando para al mismo tiempo quitarme de la cabeza todas las cosas que me tienen al borde de la histeria—, y también hay que usar uniforme deportivo. Es de un verde muy…Muy curioso.
—Te ves lida en verde, corazón —me da un cumplido que me hace cuadrar los hombros con cierta coquetería.
—¿De verdad me veo linda? —se carcajea y asiente varias veces—. Lástima que vestidos cuatro dedos arriba de las rodillas o minifaldas, están prohibidos.
—¿Es una broma? —eso la alarma—. ¿Y qué hacen con este calor espantoso? ¿Qué hay de los shorts?
—Los únicos que están permitidos son las licras deportivas del club de vóleibol.
—¡Jesús! —exclama—. ¡Qué espanto!
Seguimos cenando mientras hablamos. Si no soy yo, es mamá quien me cuenta sobre su primer día. Aburrido y con miles de preguntas por parte de sus compañeras: ¿De dónde vienes? ¿Por qué venir aquí? ¿Estás casada? ¿Cuántos años tiene tu hija? Y muchas otras más. Mamá se las apaño para dar respuestas que fueran como mínimo, digeribles para los oídos que picaban en ansias de chisme. Ahora me pregunto qué tal me irá a mí. Sí este año tendré que comer sola en la parte más alejada para no sentirme como una extraña, porque a decir verdad, lo era. Jamás podría encajar porque siempre está latente la posibilidad de irnos, dejando todo y a todos atrás.
Luego de una charla extensa, los bostezos de mamá y los míos nos hacen darnos cuenta de lo tarde que es.
—¡Caramba! —dice—. Son las once de la noche.
—Ah…—digo entre dientes—. Es verdad —y si soy honesta, una parte de mí…No, que digo, en realidad no quiero ir a dormir, no quiero ir a mi habitación y cerrar la puerta para dejar que aquel ser triste aparezca otra vez para pedirme ayuda. Tengo miedo y me da vergüenza pedirle a mamá espacio en su cama cuando le hice un berrinche monumental para exigir mi propio espacio. ¡Pero que tonta! —¿No quieres un té?
—Cariño, son las once —se levanta de su silla y se encamina a las escaleras.
> Me reprendo y la sigo con la misma ropa sucia. Huelo a sudor y me siento grasosa, sé que debo bañarme. Quizá, quizá pueda dormir en la bañera.
—Joe…—mamá susurra y yo pego un ligero brinquito
—¿Qué? —pregunto y con su mirada me guía a su codo izquierdo—. Ay, lo siento —y se me escapa una risita nerviosa, pues mis dedos se hunden en su piel. Cuando los quito, una marca rojiza se empieza a formar.
—¿Algo sucede? —y su ojos se abren atemorizados.
No le digas nada. La asustaras>>
—Estoy algo nerviosa.
—¿Por qué? —se detiene y me encara —¿Qué pasó?
—Ya lo sabes…Comenzar otra vez, en un nuevo lugar —su expresión se relaja, pero su ceño a medio fruncir me dice que algo no le cuadra—. Estar sola.
Y con esa frase la engaño. Soy una mala hija.
—Mi pequeña…—susurra y me abraza mientras me soba la espalda y el cabello—. De verdad lo siento, lo siento tanto.
Nos separamos y guardamos silencio. No hay más que pueda decir, y ya solo trago mi cobardía.
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El agua está fría, tanto que no me apetece para nada entrar en la tina. Doy un par de pasitos mientras me envuelvo en la toalla, recorro de un lado a otro analizando la posibilidad de ducharme o no.
—Igual mañana podría bañarme…—susurro para alejarme más de la tina llena de agua helada—. Pero…—mi parte sensata sale al rescate—, mañana tendrás que levantarte temprano.
Y es verdad, mañana tengo que asistir al colegio, aunque sea viernes y no tenga muchas ganas.
—Solo es agua, agua fría y es media noche —la voz me tiembla—. ¡Verde agrío! —grito como un insulto y así infundirme valor. Y sin más titubeos, arrojo la toalla roja que cubre mi cuerpo y me meto en la tina. Siento el agua clavárseme como espinas por las piernas y las plantas de los pies. Luego un entumecimiento que se intensifica en cuanto aplasto el trasero en el fondo de la tina y me enredo los brazos a las rodillas. Ahogo un grito infantil y no pierdo más el tiempo, así que me sumerjo por completo y saco burbujas en cuanto, una vez bajo el agua, grito por el frío que me está calando los huesos.
—No me bañaré del todo bien, solo voy a quitarme el sudor —afirmó, y con una pequeña esponja rosada me tallo las piernas, los brazos y la espalda de forma rápida y casi maniática. Entre más rápido termine con esto, más pronto podre irme a dormir.
Los únicos ruidos perceptibles son el chapotear del agua y el cri cri de los grillos, así que por pura curiosidad miro a través de la pequeña ventanilla que está en el baño. Se ve como un cuadro oscuro y vació, un poco siniestro diría yo, pero a la vez, pacífico y profundo. Cierro los ojos por un momento y lo que mi mente dibuja es de nuevo aquel rostro.
—Este lugar es verdaderamente extraño —me digo.