2.2

1562 Palabras
La mujer le pide quitarse los aretes y cubrirse el brazo derecho. —¿Pero qué cosa? —suelto sin pensarlo cuando mis ojos se clavan en un tatuaje bien grande que lleva al descubierto. Una espada por la que trepa de forma agresiva una serpiente. Pero hay algo más en la serpiente que no logro identificar, porque de forma abrupta aparta el brazo y se cubre con una camisa de manga larga que deja sin abotonar, exponiendo su pecho, que parece no querer quedarse bajo la camiseta negra que lleva por debajo. —Y que sea la última vez, señor Velkan —le advierte mientras él se guarda los pendientes en el pantalón y avanza sin siquiera voltear. —¿Qué miras, entrometida? —masculla cuando pasa a mi lado. En respuesta me encojo de hombros en mi sitio. Él sigue de largo, dando pasos firmes. Unos segunditos y la mujer se me acerca con una sonrisa radiante —¿Es usted la señorita Durand? Parpadeo sorprendida. Ella me tranquiliza tocándome el hombre con prudencia y sonriendo añade—. Su amiga Shannon ha llamado desde ayer, así que ya la esperábamos. Le devuelvo la sonrisa mientras trato de decidir si preguntar o no al respecto de lo que Shannon les haya dicho. Mi expresión debe exponerme porque al invitarme a entrar me dice en un susurro—. Estamos al corriente de la situación por la que pasan usted y su madre. —Gracias…—murmuro. —¿Ha traído toda su documentación? —Sip. Me guía hasta las oficinas administrativas, donde un hombre de mediana edad, y terriblemente lento, hace mi expediente y mi registro. Me preguntan varias cosas y me piden responder un examen escrito para estar seguros de que puedo integrarme al ciclo escolar sin problemas académicos. Luego de dos horas y media, la mujer, cuyo nombre es Lou, me entrega mi credencial de estudiante, las llaves para mi casillero y un uniforme deportivo. —Tu casillero es el número 123-A, está justo por el pasillo donde te traje. Mañana te esperamos en punto de las ocho. Este es tu horario —me pasa un papel impreso y un cuadernito verde—. Y este es el reglamento escolar. Debes leerlo. Le doy una ojeada y noto que viene un mapa completito del instituto. Y al frente en la portada, viene en grande el nombre Richfort, acompañado de un águila cabeza blanca que vuela de forma imponente. —¿Tiene alguna duda, señorita Durand? —me estudia con la mirada. No puedo leer su expresión, pero sé que desea que le diga todo sobre mí. Claro que, solo es porque desea ayudarme. —De hecho sí —sus ojos centellean—. ¿Dónde está el supermercado? —se decepciona un poco, pero luego, tras esbozar una ligera sonrisa me da instrucciones detalladas de cómo llegar. —Pan, queso, azúcar, café, bananas, cebolla —repaso la lista y lo cotejo con lo que he puesto en la mesa de la cocina—. Aceite, huevo, leche, margarina, cereal, lentejas, chicharos, papas… Me quedo callada como tumba y fijo la mirada al techo de golpe. Son mis nervios o acabo de escuchar algo arriba. Aguardo unos segundos y contengo el aliento, agudizando el oído para captar hasta el chillido de un ratón. —Estoy loca —anuncio para mí y vuelvo a bajar la mirada. Y sin embargo, ahora dudo de mi cordura porque el sonido vuelve abruptamente haciéndome saltar y proferir una especie de gañido— ¡Santa madre morada! —grito y me pego a la pared. El sonido es fuerte y suena como si arrastraran algo de forma quejosa. La madera cruje y puedo seguir la dirección del ruido con mucha claridad. Avanza y saca el polvillo de entre las vigas de madera. Mi respiración se agita pues mis pulmones están como locos hinchándose de aire y sacándolo en breves milésimas de segundo. Y me paralizo, me quedo en donde estoy sin apartar la mirada del movimiento del techo. Y es aún peor cuando capto que ha comenzado en mi habitación. >. Entonces pasa lo peor, ahora el sonido se intensifica y comienza a descender por las escaleras. Es ahí cuando reacciono y me aparto para pegarme al extremo más alejado de la cocina. Me clavo las uñas en las piernas y es su temblor que pone peor. —Ayúdame —susurran a mitad de las escaleras. —¡Hijo de la…—estoy por soltar una sarta de palabrotas para intentar combatir el miedo que me invade, pero la siguiente frase me detiene en seco. —Por favor. Y la voz sufre, duele…El tono tan lastimado me abruma y por ese instante me confundo. —¿Con qué? —suelto como una idiota y de inmediato me tapo la boca. ¿Acaso no es obvio que sí le respondes a un fantasma este lo toma como una entrada a nuestro mundo? Tantas películas de miedo y no pude mantenerme la bocota cerrada. Sin perder más el tiempo corro hasta la puerta que lleva al jardín, la abro y saltó. Me alejo tanto que ahora tengo una vista panorámica de la casa. —¡Pero que tonta! —me jalo de los cabellos, pues pude haber salido por la puerta principal. Solo debía correr sin mirar las escaleras y alejarme tanto como pudiera, ahora estaba encerrada. Mi respiración se agita de nuevo, tiemblo y como si la casa fuera un imán, busco entre las espesas cortinas cualquier figura o movimiento. ¿Estoy loca? ¿No soy lo suficientemente lista? — ¡Ah! ¡Rojo rabia! —trato de apartar la mirada pero entonces, en la ventana de mi recamara la cortina se levanta. —Dios…—exclamo con la boca bien abierta. La cortina se desliza con suavidad, dejándome ver al mismo chico de anoche. Y ahora lo aprecio mejor. La luz lo golpea dejándome ver una piel pálida, de un tono enfermizo. Se ve débil a pesar de los músculos que le adornan el cuerpo. Sus ojos centellean, y en efecto, son violetas, tan intensos que me recuerdan a la flor de azafrán. Su cabello dorado se balancea al ritmo de la cortina. Y bajo sus ojos, unas terribles líneas negras lo enmarcan. —Por favor... —me repite y siento que le duele el solo articular palabras. ¿Cómo si quiera se mantiene en pie? Un pinchazo en mi pecho me hace encorvarme y llevarme una mano al estómago. Me duele, me duele verlo así. Y antes de que sepa como, unas lágrimas descienden por mis mejillas, cayendo una tras otra sobre la fina hierba del jardín. —¿Cómo…—murmuro y titubeante, doy un paso hacía su dirección—. ¿Cómo te ayudo? Abre los labios, listo para decirlo, pero entonces gira asustado y vuelve a mirarme a mí. —. ¡No dejes que te lastimen! —suplica y lo veo retorcerse de dolor hasta retroceder y desaparecer. No hay nada que pueda hacer, porque los toques bruscos a la puerta principal anuncian algo. “Alguien está afuera”. Me obligo a recuperar la compostura. Me sobo el pecho y me limpio las lágrimas con las palmas de las manos. Aclaro mi garganta y vuelvo a posar los ojos en el balcón de mi habitación, y ya no hay más que la cortina quieta y flácida. La persona fuera de la casa sigue golpeando con fuerza. Me dirijo despacio y casi tambaleante, porque creo que estoy en shock. —Ya voy…Ya voy —respondo, pero eso no hace que los golpes cesen. Me detengo a escaso centímetros y pregunto—. ¿Quién es? —Los vecinos —responde una voz femenina. Miro a través de la ventana, las figuras son borrosas, pero ambas son altas y la primera, la más cercana, se ve muy femenina. Abro despacio, pero con un empujón la abren del todo. —Ve —dice ella al sujeto que la acompaña. Levanto los puños lista para pelear mientras las palabras del chico triste resuenan en mi cabeza: No dejes que te lastimen. —¿Qué? —exclamo en cuanto la figura masculina se vuelve familiar. No es ningún otro que el chico tatuado del instituto, el tal Velkan. Pasa de largo, cruzando hasta la cocina y abriendo la puerta. Trato de seguirle para exigirle que se marche, pero la chica me toma del hombro y para mi sorpresa lo hace con una fuerza extraña. —Mantén la calma. Haremos algo rápido y nos iremos —su boca se mueve a un ritmo suave, aunque su tono es mordaz. Fijo mi atención en su rostro. Se ve como un gato. Con los ojos alargados gracias a un delineado blanco muy raro. Su iris es de un café muy claro, pero hay algo que no me convence del todo. La melena corta y su fleco son lisos y brillantes como el oro líquido. Y me pasmo, dan miedo. Ambos dan miedo. —¿Qué…—balbuceo—. ¿Qué es lo… Lo que harán? Una sonrisa siniestra se le forma en el rostro. Tan afilada y atemorizante que trago saliva mientras lucho por no demostrar que me estoy cagando de miedo. —Solo ponemos la basura en su lugar —responde con voz fría.
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