Cuando llego al lugar señalado por Peter, siento una ráfaga de aire frío en la piel que no tiene nada que ver con el clima. Es más bien la tensión acumulada, la certeza de lo que estoy a punto de hacer. El lugar es una fábrica abandonada, vieja y sucia. Las paredes están llenas de grafitis y el olor a humedad es insoportable. La luz de una farola rota ilumina parcialmente el sitio, dando a todo un aspecto fantasmal. Veo a Peter, mi hermano, a unos metros de distancia. Está nervioso. Se apoya en la pared, con los brazos cruzados, evitando mi mirada. Me acerco despacio, con el corazón acelerado pero el semblante tranquilo. —¿Te vas a echar para atrás? —le pregunto sin rodeos. Peter levanta la mirada hacia mí, y durante un segundo, veo la duda en sus ojos. Pero luego niega con la cab
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