La habitación está a oscuras, apenas iluminada por la luz tenue que se cuela desde el jardín, filtrada por las cortinas pesadas y cerradas. El murmullo lejano del agua en la piscina todavía resuena en mis oídos como una melodía lejana, como si la tarde se negara a abandonarnos del todo. La brisa nocturna acaricia los bordes de las ventanas, y en el interior, todo huele a jabón, piel limpia y esa mezcla particular entre sábanas recién tendidas y la presencia de él. Gedeón está acostado a mi lado, con el torso desnudo y la cabeza apoyada en una de las almohadas. Tiene un brazo detrás de la nuca y el otro lo deja caer con naturalidad entre nosotros, tocando apenas mi muñeca como si quisiera asegurarse de que sigo ahí, que no me voy a disolver en la penumbra. Sus dedos hacen un roce perezoso