Recojo el cargador del iPad y lo enrollo con movimientos torpes, como si mis dedos se negaran a obedecer la orden de funcionar con normalidad. Lo meto en el bolso junto al dispositivo y cierro la cremallera con un suspiro largo, sintiendo que cada acción, por simple que sea, me cuesta hacerla. Mi cabeza es una maraña de pensamientos dispersos, y de la imagen de la caja se repite una y otra vez. No puedo dejar de pensar en la caja y en todo lo que implica ahora que Gedeón ha dejado claro que él no es el autor. Ahora estoy aquí, recogiendo algunas cosas para ir al hospital a cuidar a mi padre. Keller me ha dicho que está estable, pero quiero estar allí. Lo necesito. Su rostro lleno de moretones, su cabeza vendada, el sonido lento y mecánico del monitor cardíaco… nada de eso me deja tranqui