Me despierto sola. El calor que aún persiste en las sábanas me recuerda que no ha sido un sueño. Su cuerpo había estado aquí, pegado al mío, como una sombra tatuada en la piel. Pero ahora, el lado de la cama donde estuvo Gedeón estaba vacío y frío. Y él... ausente. Me giro sobre la espalda y clavo la vista en el techo, dejando que el silencio me envuelva como una segunda sábana. La mansión tiene ese tipo de silencio antiguo, ese que pesa, que impone, que parece observar. Inspiro, hondo, buscando sacudirme el rastro invisible que ha dejado en mi cuerpo y en mi mente. Su olor masculino y embriagador aún flota, y se aferra a mi piel. Una mezcla muy profunda, muy suya. Me estiro como un gato perezoso y me obligo a moverme. Es mi último día libre y necesito ponerme en movimiento para mi tur