Despierto en mi cama. La verdadera. La que conoce cada curva de mi cuerpo, cada insomnio y cada madrugada de desvelo. Pero no se sentía mía. La sábana, antes suave, ahora me molesta sobre la piel. La almohada no tiene el mismo peso que la de Gedeón. Y lo odiaba, odiaba sentir eso. Me giro hacia el otro lado del colchón, como si él aún pudiera estar allí, con esa mirada que puede fundirme o dejarme helada en un segundo. Pero no. Solo está el vacío. Respiro hondo y traté de centrarme; sin embargo, la imagen de Rebeca aparece en mi cabeza. Su visita me había afectado más de lo que quiero admitir. Sus palabras me calaron profundo Y sí, en algún rincón estúpido de mí, sus palabras me dolieron. Y no tuve el valor de decirle a Gedeón que lo había hecho y que, además, muy en el fondo, el monstruo