XLVI

2282 Palabras

XLVI Cuando Barnaby volvió con el pan y vio al anciano peregrino fumando y sentado con tanta despreocupación como si estuviera en su propia casa pareció causarle gran sorpresa, especialmente cuando reparó en que el respetable personaje, en vez de tomar con cuidado el pan y guardárselo en el zurrón, lo dejaba con indiferencia en la mesa, y sacaba la botella invitándole a sentarse a su lado y echar un trago. —Nunca me embarco sin provisiones —dijo—. Pruébalo. ¿Qué tal, es bueno? El aguardiente era tan fuerte, que a Barnaby se le saltaron las lágrimas y no pudo responder. —¡Otro trago, muchacho! —dijo el ciego—. No hagas aspavientos: no bebes de esto todos los días. —¿Todos los días? —exclamó Barnaby—. Nunca. —Eres muy pobre —repuso el ciego suspirando—. He aquí el mal de tu madre, la p

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