LXII

3804 Palabras

LXII El preso, ya solo, se sentó en el tablón que le servía de lecho apoyando los codos sobre las rodillas y con la barbilla sobre las manos y permaneció largas horas en silencio. Sería difícil relatar de qué naturaleza eran sus pensamientos. No eran precisos y, con la excepción de algunos fogonazos de vez en cuando, no hacían referencia a su condición o la cadena de circunstancias que le habían llevado hasta allí. Las grietas en el suelo de su celda, las rendijas de las paredes allí donde la piedra se unía con la piedra, los barrotes de la ventana, el hierro que tintineaba sobre el suelo, cosas así, fundiéndose extrañamente una con otra, y despertando un indescriptible interés y alborozo, ocupaban toda su mente, y aunque en el fondo de cada uno de sus pensamientos hallaba una incómoda se

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