LXI Aquella misma noche, porque hay épocas de trastorno y desorden en que veinticuatro horas bastan para abarcar más acontecimientos importantes que en toda una vida, el señor Haredale, después de atar a su preso con auxilio del sacristán, le obligó a montar a caballo hasta Chigwell para proporcionarse allí un medio de transporte y presentarlo en Londres ante un juez. El señor Haredale no dudaba que en consideración a los desórdenes de que era escenario la ciudad, le sería fácil conseguir que le pusieran preso en cualquier parte hasta el amanecer, porque no sería seguro dejarlo en un puesto de guardia o en el cuartel de la policía, y reconocía que conducir un preso por las calles cuando el motín dominase en ellas sería no tan sólo una temeridad sino hasta un reto imprudente hecho al popul