LXIV Rompiendo el silencio que habían hasta entonces mantenido alzaron un gran grito en cuanto estuvieron formados delante de la cárcel, y exigieron hablar con el alcaide. Aquella visita no era del todo inesperada, pues su casa, que estaba al otro lado de la calle, estaba rodeada de barricadas, la puerta de la cárcel estaba cerrada y no se veía a nadie en ninguna tronera. Antes de que repitieran sus gritos muchas veces, apareció un hombre en el tejado de la casa del alcaide y preguntó qué querían. Algunos dijeron una cosa, otros otra, y algunos se limitaron a soltar berridos y silbidos. Como la noche era oscura y la pared muy alta, había entre la multitud muchos que ni siquiera habían reparado en el hombre del tejado y continuaban con sus gritos hasta que la noticia recorrió de boca en b