XL Poco pensaba Hugh en el plan para asentar su vida que acababa de trazar el fecundo cerebro de su capitán cuando llegó ante los gigantes de Saint Dunstan. Cerca de la iglesia había una fuente y, colocando la cabeza debajo del chorro, dejó que él agua corriera un poco por sus despeinados cabellos y quedó empapado hasta la cintura. Considerablemente refrescado por esta ablución y ya casi sobrio, se secó como mejor pudo y, cruzando la calle, levantó y dejó caer el aldabón de la puerta de Middle Temple. El portero miró con un ojo ceñudo a través de la mirilla y preguntó: —¿Quién llama? —Un amigo —respondió Hugh—. Abrid pronto. —Aquí no vendemos cerveza —replicó el portero—. ¿Qué queréis? —Entrar —respondió Hugh, y descargó una gran patada en la puerta. —¿Adónde queréis ir? —A la habi