XLI Del taller de la Llave de Oro salía un sonido metálico tan alegre y jovial que inducía a pensar que el que hacía una música tan agradable debía de trabajar a gusto. Ningún hombre que maneja el martillo tan sólo para cumplir con una tarea enojosa y monótona saca nunca sonidos tan festivos del hierro y del acero, pues para esto es preciso ser un hombre franco, honrado, robusto, bueno con todo el mundo. Un hombre de este temple, aunque sea calderero, conviene su martillo y su caldero en un instrumento de música, y aunque dirija un carro saltando sobre las piedras de la calle y cargado de barras de hierro, produce con sus saltos alguna imprevista armonía. Tin, tin, tin. El sonido era claro como el de una campanilla de plata, y se oía a cada pausa de los ruidos más ásperos de la calle, co