XLIII El cerrajero continuaba la mañana siguiente dominado por la misma inquietud, de la que no se desprendió en muchos días. Sucedía con frecuencia que después de anochecer entraba en la calle y dirigía sus miradas a la casa misteriosa, donde estaba seguro de ver la luz solitaria brillando siempre a través de las hendiduras de las ventanas, cuando todo parecía dentro mudo, inmóvil y triste como una tumba. No atreviéndose a perder la amistad del señor Haredale desobedeciendo sus peticiones afectuosas pero terminantes, nunca se aventuraba a llamar a la puerta o a revelar su presencia; pero lo cierto es que el atractivo de un vivo interés y de una curiosidad no satisfecha lo impulsaba hacia aquella casa, y la luz brillaba a través de las ventanas. Aun cuando hubiera sabido lo que pasaba de