Katia miraba la puerta de la habitación de Franco esperando a que él entrara por ella, pero eso no ocurría. Era temprano aún, pero ella se había acostumbrado a sentir el calor de su cuerpo y su masculino aroma mientras dormía a esa hora. Se levantó de la silla que estaba entre la ventana y la guitarra para ir a tomar un poco de aire. Si bien era cierto había podido dormir anteriormente, ahora no sentía las ganas de conciliar su sueño, así que iría a la pileta del delfín. Los ojos castaños de la bailarina se posaron en los árboles al salir de la mansión y ladeó una sonrisa. Se sentía como nunca antes se había podido sentir: importante para alguien. Recordó con lejana vergüenza cuando gastaba buenas horas del final del día en plazas cercanas a su trabajo, universidad o simplemente alguna